Más de una vez he escuchado la expresión de que "hay que escuchar al propio cuerpo". Al parecer, nuestra concepción de nosotros mismos suele ser medio cartesiana. Somos lo que pensamos; somos lo que decimos; somos lo que nos queremos. Esta carcasa que nos sostiene parece solamente tener la tarea de darnos la satisfacción de estar en buenas condiciones. Se le pide que nos dé una belleza que no siempre está a su alcance brindar. Pero el mismo intento ya tiene su precio para nosotros y para el cuerpo: andar por la vida con una tabla de excel que cuente las calorías de los alimentos que consumimos, someterlo a interminables sesiones de gimnasio sin darle la oportunidad de competir por algo, etc. Todos meten mano...no, no, esto va a dar para la chacota. Reformulo: todos se ocupan de él para adaptarlo a los propios requerimientos, pero nadie lo acepta como es; nadie lo escucha. Pues bien, yo decidí escucharlo. Quiero compartir con el gran público algunas de las conversaciones que hemos mantenido.
Escena 1: haciendo las compras mensuales en un supermercado. En la caja, me comunican que lo frío y lo congelado (algo así como el 50% de la compra) no lo mandan, que me lo tengo que llevar yo.
Cuerpo de Pablo: - Tomate un taxi.
Pablo: - ¡De ninguna manera! Estamos a 4 cuadras. Vamos caminando.
CP:- ¿Ah, sí?
No sé si alguna vez han visto la competencia "World strongest men", pero mi imagen se asemejaba mucho a eso: los brazos tiesos a los costados del cuerpo, las rodillas un poco flexionadas, los pasos cortos y rápidos, los dedos necrosados y las venas del cuello a la vista de todo el mundo.
Pablo: - Dale. Lleguemos hasta la esquina y descansamos un poco.
CP: - ¿Hasta la esquina? Me parece que no. 5 pasos te doy.
Pablo: - ¿5 pasos? Pero así no vamos a llegar nunca. Y además es una vergüenza.
CP: - Que no pasarías si te hubieses tomado un taxi.
Conclusión: 15 minutos y 25 paradas después, llegué a casa. Ah, y desde ahora voy a tener una granja en mi casa.
Escena 2: en medio de una clase de Maestría. Después de una noche de enfermedad infantil y un día de trabajo arduo, escucho a una eminencia hablar sobre las escuelas de historia social.
Pablo: - ¡Qué interesante!
CP: - Pero ¿no estás un poquito cansado?
Pablo: - Puede ser, pero el tipo está enfrente mío así que...¡no!, no ¿eh? No te atrevas a...
CP: - Sabés que lo querés.
Pablo: - Zzzzzzzzz.... ¿eh? ¿qué me perdí?
CP: - Nada importante.
Pablo: - Pará un poco, es una falta de respeto que me duer...zzzzzzzzzzzzzzzz. ¡Basta! Me vas a hacer quedar mal.
CP: - ¿Sabés que me acabo de dar cuenta?
Pablo: - Mejor.
CP: - ...de que no me preocupa?
Pablo: - ¡No!
CP: - Yyyyyyyy....duerme.
Pablo: - Zzzzzzzz.
Conclusión: pegué más cabezazos que el público en un recital de AC/DC.
Escena 3: después del trabajo. Llego a mi casa con ganas de tomarme un buen café con leche.
CP: - ¿Café con leche dijiste? No, prefiero té con leche.
Pablo: - Bueno, yo no. Y acá el que manda soaaaaaaaauch! ¡qué acidez!
CP: - Té con leche. Con cuatro de azúcar. Gracias.
Conclusión: Té con leche con cuatro de azúcar.
Escena 4: en una fiesta, hablando con una chica.
Pablo: - Sí, sí, y es por eso que...
CP: - Che, quiero ir al baño.
Pablo: - (¡Ahora no!)
CP: - Dale. Quiero ir al baño.
Pablo: -(Que no. Después)
CP: - BAAAAÑOOOO
Pablo: - como te decía, estoy estudiando...
CP: - bañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobañobaño
Pablo: - ¿Me esperás 2 min...8 minutos? Gracias.
Conclusión: ¿Es necesario? Dejemoslo sobreentendido.
Escena 5: en un campo, se pacta un partido de fútbol en una cancha a las 2 de la tarde. A la hora señalada me apersono en el recinto.
CP: - Che, ¿vos vas a entrar a jugar así nomás, sin precalentar?
Pablo: - Precalentar es aburrido.
CP: - Pero mirá que esto es futbol 11, no esa payasada de futbol 5 que jugás con los bufarras de tus amigos.
Pablo: - Dale que empieza.
2 horas después...
Pablo: - Ufff. Qué partido. Ahora una buena ducha.
CP: - Elongá un poco.
Pablo: - Ni a patadas. Eso es de viejos y metrosexuales.
CP: - ¿Ah, sí?
Conclusión: durante 3 días me dolió levantar cualquier músculo que deba ser levantado con asiduidad.
Así es como adopté la postura platónica de que el cuerpo es la cárcel del alma. Lo cierto es que después de estos episodios hemos caído en una relación donde parece que cada uno trata estratégicamente de hacerle daño al otro. Él cree que va ganando por la cantidad de facturas que me pasa, pero yo sé que con la dieta que llevo eventualmente lo terminaré venciendo. Además, trato de hablar con él lo menos posible.