viernes, 29 de abril de 2011

En la cima de la estupidez... y subiendo (o sobre la involución del hombre)



Francisco María Arruet fue uno de los grandes impulsores de la Ilustración, movimiento cuya repercusión e influencia se debe en realidad a una confusión inicial. Al parecer, la gente compraba los libros de los hombres de este movimiento convencidos de que tenían dibujitos. Una vez comprados, se encontraban con densos libros que no contenían absolutamente ninguna ilustración. Sólo para no quedar como un estúpido que había sido engañado, la mayoría terminaba aceptando las ideas contenidas. Algunos identifican este momento con el nacimiento del marketing, pero ese es otro tema. La cosa es que, si bien en teoría se aceptaban sus ideas, en la práctica un sentimiento de rencor se iba adueñando de sus contemporáneos, al punto que los sobrenombres más comunes de Arruet eran "el vendehumo de Ferney" o "el garca que en realidad no sabe dibujar". Sin embargo, la habilidad de este hombre (que no descartamos venga de su experiencia en marketing) hizo que la posteridad lo conociese por otro de sus apodos: Voltaire.


Voltaire sostenía que la razón humana, mediante la ciencia y la técnica, va llevándonos hacia un futuro mejor. La historia golpeó a Voltaire en la cara. Yo, hoy, me propongo patearlo en el suelo. Y lo haré afirmando una teoría tan audaz como impopular: que el hombre es cada vez más estúpido.


Creo que era Scott Adams el que hablaba de algo así como una "línea de la imbecilidad". Una línea que divide al hombre competente que puede desempeñarse correctamente frente al mundo del -cómo decirlo- "intelectualmente desafortunado" para quién la vida es demasiado y lo desborda. Afirmo sin temor que, a medida que pasa el tiempo, es cada vez más la gente que queda bajo esta línea. Por ejemplo, cada versión nueva de Windows debe arrojar entre 850.000/900.000 personas bajo ella. Gente que antes se manejaba con aplomo y confianza ahora es presa del temor y la confusión mientras intenta lograr cambiar el tipo de letra o subrayar una palabra. En ese momento de desesperación, no puede pensar sino que con el Windows anterior era mejor. Desandando el camino, concluimos que nunca hubo nada más perfecto que el Windows 3.1. Se da cuenta de que no cierra ¿no? ¿Y qué pasó en el medio? Estupidez. Pura y dura.


¿No me cree? Me está obligando a descender al terreno de lo concreto. Después no se queje si le duele.


a) Nuestros representantes


Desde el mundo griego surgieron formas políticas desarrolladas. Más allá de los diferentes avatares históricos, lo cierto es que siempre juzgaron que los mejores hombres debían conducir los asuntos públicos para bien de todos. En la democracia de masas que describe Weber, son hombres políticos de una condición especial los que dirigen a técnicos preparados para conducir la sociedad. Y después tenemos Argentina, donde la fama es la condición de posibilidad para cualquier cosa y donde entendemos que si alguien hace suficientes cagadas, en algún momento tendrán que repercutir positivamente.


Imaginemos por un momento un coloquio transhistórico donde un Aristóteles interrogue: "¿Quiénes son los prohombres que dirigen vuestra civilización y cuáles sus méritos?". Escarbando en la arena política, nos vemos obligados a presentarle a la Tigresa Acuña, Miguel Del Sel y Pocho la Pantera. "Bueno, ejem, se trata de una mujer que se caga a trompadas; de un hombre que se disfraza de mujer o de muñeco y de un muñeco cuyas canciones hacen que las mujeres lo quieran cagar a trompadas". ¿Qué pasó en el medio? El que avisa no es traidor.


b) Nuestro lenguaje


No caeremos en el facilismo de recurrir a los simiescos monosílabos utilizados por gran parte de la juventud como todo lenguaje para probar este punto. No, no. Aquí los peores son los mayores, que han perdido absolutamente toda conexión con la realidad. Por ejemplo, llamamos 'videoclub' a un lugar que no tiene absolutamente ningún VHS, o 'pasacassettes' a un aparato que reproduce 2 o 3 formatos diferentes, pero que no pasa ningún cassette. Uno puede inventar una palabra para nombrar algo nuevo, pero no tiene sentido usar palabras que designan otras realidades. Es como querer confundir a propósito. Podríamos seguir, hablando por ejemplo sobre el flagrante oxímoron en el que cae quién pide una milanesa napolitana o sobre el estado de abandono al que se ha sometido la palabra 'ludibrio', pero no tendría sentido.


c) Los medios


La tendencia general cuando uno se ve acorralado por lo hechos, es delegar la culpa. "No soy estúpido, me han hecho estúpido" dice con cara de suficiencia quién acaba de ahorrarnos una ulterior búsqueda de pruebas. Con cara de falsa comprensión, metiendo ambas manos entre los muslos a modo de maestra jardinera y para tranquilizar su estúpida conciencia, le preguntamos: "¿Y quienes fueron?". "Los medios" sentencia sentenciosamente nuestro imbécil tipo (o tipo imbécil, según prefiera).


Lo peor es que uno está tentado en darle la razón. No sólo por la simple existencia de pasquines que nos obligan a replantearnos el beneficio de tener ojos, como ha mostrado un reciente estudio del Dr. Carugo, sino porque incluso en la tapa misma de un importante diario ayer se podía encontrar una ¿noticia? como esta: "¿Justin Timberlake se está quedando pelado?". Tomémonos un momento para reflexionar sobre esto.




(momento para reflexionar sobre eso)





(momento extra que necesita Pablo para recomponerse después de haber reflexionado sobre eso)




¡PERO QUÉ CARAJO ME IMPORTA! ¡Ni la vida capilar de Justin, ni la conveniencia de hacer un ADN al hijo intrauterino de Juanita Viale, ni que Romina Gaetani, a pesar de ser feliz, diga que necesita estar con un hom...! Caramba. ¿Romina Gaetani dijo eso? En fin, sé que usted bien podría decir "bah, que se publique no quiere decir que se lea masivamente". Mientras le recuerdo que la última vez que fue a cortarse el pelo se lanzó encima de la revista Pronto como si fuese un oasis en la mitad de Sahara (incluso estuvo tironeando con la anciana aquella, no diga que no) le pido que no sea estrecho de miras. ¿Quiere una muestra de cómo los medios ya se han percatado de la imbecilidad generalizada y ni se molestan en maquillarlo? Fíjese cómo hay 30 programas que son en realidad el mismo programa: las 'reality competencias'. Lo básico es competir para lograr algo que todos los que compiten quieren lograr; y para eso deben ser juzgados en diferentes etapas. Frente a cada presentación de un concursante, el juez malo dice: "es una cagada". Plano de la cara de sorpresa del concursante. Cambio a plano de entrevista personal donde el concursante da su parecer: "No esperaba que dijese que era una cagada". Y listo. La repetención de esa secuencia ad nauseam mantiene 4 o 5 canales. Si el contenido es salir con alguien, ser chef, modelo, músico o sujeto experimental de una lobotomía con cucharas de plástico no importa. Es lo mismo.


Para terminar, los iba a dejar con algunas muestras de estupidez cotidiana que me han sorprendido gratamente, básicamente porque me dan la razón. El problema es que no logro pasarlas del celular a la computadora, así que quedarán para una futura entrega.



Esto con las cámaras de rollo no pasaba.





lunes, 18 de abril de 2011

Bitácora limada


Como ya es de conocimiento público dentro del público que tiene conocimiento privado de este espacio bastante privado de público, una o dos veces al año me toca viajar por trabajo. Durante un par de días, me pagan viajes en avión, en remises ejecutivos, un hotel y comidas para poder escuchar no sé qué cosa interesante que tengo para decir. Uno pensaría que una cosa así debería levantarle el ego a uno, pero lo único que logro pensar es que soy un ladrón; que nada que tenga para decir justifica la lista de gastos que imagino mientras firmo recibos y remitos. Qué se yo, quizás me amamantaron poco. La cuestión es que usted tiene la suerte de encontrarme en uno de esos viajes, para disfrutar de una nueva bitácora; donde podrá compartir esa mirada que surge cuando uno deja de ser protagonista de la vida para ser un mero espectador de ella.

Lo primero que hay que decir es que el viaje empieza en el mismo aeropuerto. No, no en el evidentísimo sentido de que es desde donde sale el avión, sino que el ingreso a la terminal aérea es ya dejar el terruño. Por lo menos, los precios de las cosas así lo indican. Una botellita de cualquier bebida cuesta $17. ¡$17! ¿Como no sentirse en Europa cuando nuestra plata se licúa de esa manera? Uno casi puede ver el cartel: "No poors allowed".

Subo al avión. La perspectiva de tener varias horas sentado al lado de un desconocido me ha llevado a asemejar el resultado a una lotería. Puede tocarte cualquiera. La fantasía es que sea una mujer despampanente; alguien famoso o -por que no- la conjunción de ambas dos.

Avión de la fantasía de Pablo. 19:42 hs.

- Hola, soy Araceli Gonzalez ¿este es el 14 D?

- Sí.

- ¿Qué vas a hacer a Lima?

- A dar unos cursos de capacitación.

- Pero qué interesante. ¡Y además sos profesor de filosofía! Siempre quise saber más de filosofía. ¿Sabés que esos datos, sumados a la manera casual con que manejás el hecho de que yo sea famosa y despampanante, hacen que quiera que nos juntemos a comer?

Un gordito morocho con barba de dos días y cara de pocas luces me hace comprender que comeré solo durante mi estada en Lima. Superada la desilusión inicial, empiezo a ver quién es quién en el avión. Un contingente de muchachas agraciadas se ubica 3 o 4 filas más adelante; el bebé que llora, 20 filas para atrás. A mi lado, cruzando el pasillo, uno de esos chino-americanos o nipón-americanos llamados Davis Wong que siempre están en un equipo de expertos en algo de la Universidad de Stanford, Yale o Massachussets lee en su tablet. Una camisa a cuadros, un pantalón beige y un par de zapatillas enmarcan esa característica parsimonia oriental. Las azafatas son lindas. Deben haber hecho furor en los 60s.

A diferencia de las últimas veces, esta vuelta me toca viajar por Aerolíneas. La nave es espaciosa y equipada por una tecnología nunca vista. A menos, claro está, que usted no sea un hobbit. Porque si es un ser humano, tendrá que elegir entre estar cómodo y mantener sus extremidades, o entre una intimidad impuesta con el muchacho que reclinó el asiento de enfrente o cambiar de lugar con el chaleco salvavidas. La cosa es que me propongo llenar los formularios de migraciones. Siempre lo dejo para el final y tengo que estar llenándolos en la fila sin lugar para apoyar. No tengo birome, así que se la pido al chino. Antes era bastante puntilloso para llenar esos formularios (si decía "apellido/s" ponía mis dos apellidos, si decía "nombre/s", ponía mis dos nombres) hasta que vi lo rápido que lo despachaban y la poca importancia que le daban. Ahora en domicilio puedo poner algo del tipo "Rivadavia" o "Palermo". Uno de estos días tomo coraje y pongo Johnny Tolengo a ver qué pasa.

Despegamos. Al rato, pasa el servicio de abordo. Bah, nos sirven la comida. Bah, nos dan el sandwich. El gordito morocho se corta con la caja de cartón que contiene el combinado fiambrístico. Pide una curita. Le traen una curita. Pregunta si le podrían traer alcohol. Le dicen que no tiene alcohol. Yo, con un vaso de tinto en la mano, tiendo a diferir. El gordito retruca que se cortó del lado de adentro. La azafata empatiza, pero sigue sin tener alcohol. El gordito entiende que la empatía es lo máximo que va a conseguir y se da por satisfecho. Por suerte, temí que tuviésemos que aterrizar de emergencia.

El viaje transcurre sin sobresaltos. El oriental se saca los zapatos. Ver sus medias sobre la alfombra me remite a lo que uno ve en las películas, donde todos van por la casa descalzos sobre la alfombra. Pienso que quizás por eso las paredes son de mampara, porque el primer japonés que intentó abrir un picaporte murió por la estática acumulada. Celebro mi propio humor. Cuando quiero compartirlo con el de al lado, encuentro un semblante que me hace desistir. Vuelvo sobre mis cavilaciones. De repente, sin decir "agua va", el hijo del sol naciente mete su mano en la zona inguinal sin remordimientos, como quién metiera la mano en la mochila para chequear si mandó los genitales a bodega o los trajo encima. No termino de recuperarme cuando repite la maniobra inmisericordemente. Completa el reacomodamiento general sacándose las medias y frotándose los dedos. Miro la bolsa de mareos de reojo.

Vuelve hacia lo que estaba leyendo en el tablet. Parece que es Sherlock Holmes. No, no él. Lo que lee. No creo que Sherlock Holmes se frotase los dedos en público. Una tensa calma envuelve a todos los que tenemos ojos entre las filas 11 y 14. Justo cuando pensé que todo había pasado, veo que su escozor es simétrico y ahora se rasca el traste con gran intensidad. Para facilitar la maniobra, tuvo la prudencia de desabrocharse el botón del pantalón. ¡Y todavía faltan 3 horas de viaje! A la altura de Salta, a este sujeto lo tenemos en bolas lanzando heces.


Merced del efecto del sueño -o de algún talco especializado- el resto del viaje transcurre sin mayores sobresaltos. Eventualmente llegamos a la ciudad de Lima, donde me esperaba un remís y una fiebre local. A esta última atribuyo el haberme reído anoche con la película "Un regreso con gloria". Ahora los dejo para seguir lavándome las manos.


¡¿Justo al chino tenía que pedirle prestada la birome?!


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