domingo, 19 de agosto de 2012

Pequeños psicópatas


Los pasos bajando de la escalera resuenan en la oscuridad del sótano. El dueño de los pasos se dirige hacia un claro de luz circundado por una serie de sillas que dejan a sus ocupantes en un fino claroscuro del que no parecen urgidos en salir. El hombre toma la última silla vacía y replica en ella esa presentación sibilina que domina el ambiente.

"Estamos todos -anuncia una voz desde la otra punta del cuarto. Podemos empezar".

"Es sabido que los hombres necesitan de los demás no sólo a causa de sus necesidades físicas, sino también para compartir sus vivencias y logros. También sabemos que, desde Caín, siempre han existido personas que buscan deliberadamente hacerle daño a otros. No para sacarles algo, no por una conveniencia coyuntural sino por el perverso placer que les da ese extraño ejercicio de poder. Y sabemos, por último, que ese tipo de actitudes han sido vituperadas por todas las sociedades desde entonces. Es esa conjunción entre la necesidad de comentar nuestros logros y la necesidad de no ser linchados la que da origen a estas reuniones mensuales. Todos los presentes somos lo que se podría considerar bajo los cánones occidentales como una "mala persona". Algunos incluso me comentan que les han dirigido epítetos como -el coordinador  parece observar unas fichas- "maldito descorazonado", "despreciable rata", "vil canalla", "más peligroso que contador disléxico", "inmundicia humana" o ¿"gil de goma"? ¿quién fue el anacrónico infeliz asaltante de jubilados al que le dijeron "gil de goma"?".

El más absoluto de los silencios domina la escena. Algunos rostros son inescrutables, otros se esconden en las sombras, alguno tose con incomodidad. El coordinador retoma la palabra.

"En fin, decía, como no tenemos un lugar para sincerarnos en la sociedad, lo tendremos fuera de ella. Aquí podremos exponer nuestras miserias para festejarlas en lugar de para pedir perdón por ellas. Tú, el que está aquí adelante a la derecha, comienza".

- "Mi 'vicio', si es que así decidimos llamarlo, -interrumpe una voz desde el fondo a la izquierda- es el de colarme. Lo descubrí casi sin darme cuenta, haciendo una fila en segundo grado. Encaré a un rubio esmirreado y le propuse algo absurdo y abyecto: "¿me dejás y te dejo?". Yo no sé como no me apedrearon allí mismo. Entendían que si bien la acción era intrínsecamente mala, se amparaba en alguna legitimidad. Incluso creo recordar que se enojaron con él. Ese fue el día en que decidí que iba a ser abogado".

- No vinimos a rememorar pecadillos de juventud -objetó uno ubicado -sospechosamente- adelante a la derecha.

- ¡Oh, pero es que sigo colándome en la actualidad!. La semana pasada lo hice en la cola de un Banco. Sólo que ya no digo "¿me dejás y te dejo?" sino "soy cliente Premium". Y, tal como en segundo grado, logro hacer escuela. Mire, yo soy un abonado a la banquina cuando hay embotellamientos de tráfico. No sé si disfruto más ver la cara de aquellos a los que paso velozmente por el costado o la de los enajenados que me siguen preguntándome cómo es que no lo habían hecho antes.

- "Usted considera que su triunfo está en ser causa ejemplar de diversos males, yo en cambio... soy su causa eficiente". Dijo otro sonriendo enigmáticamente. Enigma que claramente no había sido resuelto por varios ceños fruncidos. "Yo he creado el peor de los tormentos. Uno que quita al atormentado hasta el placer de identificar con quién está enojado: el sistema de atención telefónica con menú de opciones.

Piénsenlo bien: se trata de una serie interminable de opciones entre las cuales no están las que aplican a la solución de algo. "Si quiere saber sobre nuevos productos, apriete 1; si quiere pagar más por los productos que ya tiene, apriete 2; si un gorila macho de pelaje marrón cobrizo ha jaqueado su conexión, apriete 3...". Eventualmente las personas empiezan a apretar cualquier opción que consideran que los va a poner en contacto con un operador humano, entonces puede pasar que el operador se justifique diciendo lo más evidente: que esa no es su área: "nosotros nos ocupamos de los gorilas macho hackers de pelajes oscuros, pero lo transfiero..." ¡Y entonces se corta la comunicación! Aunque rehagan el mismo camino, nunca van a hablar con la misma persona y tendrán que empezar de cero (adicionando la nueva queja por la ineficaz respuesta anterior). La otra opción es todavía peor y -de tan infantil- casi que no puedo creer que sea real. Cuando la persona da con la opción ¡esta lo devuelve al menú principal!

- ¿Pero la gente no se queja?

- ¿Con quién? ¡El Leviathán es invencible!

- "Ojalá fuese cierto -dijo con seriedad una voz ensimismada. O por lo menos a él le hubiese venido bien que así fuese".

- ¿A quién?

- Al que me atendió cuando quería dar de baja mi servicio de cable. Compensaba su antipatía con una ineficiencia descomunal. Eventualmente dí con él y entonces recordé su atención, pero también pensé que tendría un mundo de relaciones y me dije a mi mismo: "una de cal y una de arena"...

- Claro, poner en contexto, sopesar buenas y mal...

- ...y así seguí, una de cal y una de arena, una de cal y una de arena... El problema fue que cuando llegué a la cintura se me acabó la cal. Entonces dije "Ma' sí" y terminé de taparlo con arena nomás.

- Demasiado físico -intervino un perengano. Yo prefiero el tormento psicológico.

- ¿Usted qué hace?

- ¿Yo? Yo...cuento.

- ¿Es contador? ¿liquida sueldos? ¿cuenta cuentos de Paulo Cohelo? ¿cuenta chistes en Tinelli? ¡Ya sé! Es un contador disléxico.

- Nada de eso. Cuento calorías. La gente ha llegado a asumir, por razones que me superan, que las calorías son intrínsecamente malas. Mi primer approach es el comparativo: "ese alfajor equivale a 75 tallos de apio". El horror en los rostros es impagable. Pero todavía mejor es encontrarlos comiendo entonces un tallo de apio con expresión lánguida y espetarles brutalmente: "ese apio tiene calorías".

- Todos insisten en hacer cosas. Y hay veces donde las omisiones pueden ser mucho más crueles. Mi elemento de tortura es justamente el que no tengo.

- ¿Disculpe?

- Lo que escucha. ¿Sabe qué pasa? No tengo celular.

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- Ya lo ven. Con tan poco se puede hacer tanto. No imaginan la cara de desconcierto de una persona a la que le doy horarios en los que probablemente esté en mi casa o de espanto mientras anota el interno de mi oficina. Les hubiese sacado una foto con mi celular, pero ¡no tengo celular!

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- Gente, les avisé recién que no tenía celular.

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- ¿Me están cargando? ¡pero si acab...! Dejen, dejen. Pateo cachorritos. Eso hago.

Los hombres se reacomodan en la penumbra con un ademán de alivio. Solamente un hombre permanece prácticamente inmóvil, sin mostrar sorpresa alguna por las diversas manifestaciones de bajeza. Pero ahora alza la cabeza. Se para y mira a los concurrentes.

- ¿Saben lo que yo hago? ¿lo saben?

Todos lo observan. Algunos tantean debajo de su traje para encontrar tranquilidad en el arma o la pala de plaza que llevan allí. Los segundos se estiran. Las miradas se cruzan. Los nervios se prueban.

- Yo... -comienza el extraño masticando cada palabra- ...yo me pongo a escribir artículos y, ante la falta de un remate sólido, me despido con palabras tan repetitivas como inconducentes.

Y, mirando sobre el hombro, dice:

"Que lo disfruten con salú".

  
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