jueves, 27 de agosto de 2009

¡Es un androide!


Congreso de la Sociedad Científica Internacional "Francisco Ibañez" (SCI-FI) 15:32 hs.

Dr. Schwartz: - ...y a continuación, en el marco del panel de robótica, un equipo de científicos argentinos dirijidos por el Doctor Pachamé presentará las conclusiones de su asombroso trabajo. ¿Doctor Pachamé?

Dr. Pachamé: - Muchas gracias, Doctor Schwartz. Antes de hacer la presentación, quería agradecer al equipo que me acompañó: la Doctora Elsa Membribez, el Doctor Igarzabal de la Rivera y el perito mercantil Osvaldo Nuñez. El trabajo que hicimos consistió en construir un robot que fuese una réplica exacta de un hombre de entre 25 y 30 años.

Dr. Spaeman: - ¿Algo así como C3PO en Viaje a las Estrellas?

Dr. Pachamé: - No, en realidad...

Dr. Miyagui: - C3PO es de la Guerra de las Galaxias.

Dr. Spaeman: - ¿Y entonces Viaje a las estrellas cuál es?

Dr. Miyagui: - La del Doctor Spock.

Dr. Spaeman: - Ahhh...

Dr. Pachamé: - Igualmente, se trata de un robot más parecido al personaje de Jude Law en Inteligencia Artificial.

Dr. Ingelstorm: - ¡Por dios, que mala película!

Dr. Spaeman: - ¿es en la que se levanta a Cameron Díaz?

Dr. Hupta: - No, no. Esa es El descanso. Inteligencia Artificial es en la que aparece el chiquito de Sexto sentido.

Dr. Spaeman: - ¡Uy, sí! ¡que bodrio!

Dr. Pachamé: - La cuestión es que la apariencia era primordial, ya que el experimento consisitió en reproducir técnicas de conquista masculinas a fin de establecer cuales eran la más efectivas.

Dr. Williams: - ¿Por un interés sociológico?

Dr. Pachamé: - No, por un interés reproductivo. Digamos que ni Igarzabal de la Rivera, ni Nuñez ni... bueno, yo, logramos establecer contacto de forma positiva con miembros del sexo femenino. La parte robótica fue realmente un éxito, Andrecito (que así lo llamamos) logró tener una asombrosa apariencia humana; sus movimientos tenían una naturalidad que usted no va a encontrar en, por ejemplo, el perito mercantil Nuñez. Nada de movimientos estertóreos, nada de tonos de voz cortados. Una pinturita, vea.

Dr. Hupta: - ¿Y las pautas de sociabilización?

Dr. Pachamé: - Eso fue lo más difícil. Es claro que no podía tomar tales pautas de algoritmos creados por Igalzabal ni por mí, y menos que menos de Nuñez. Y no conseguíamos que la Doctora Membribez nos dirigiese la palabra. Así que optamos por cargarlo con lo que consideramos era la fuente de cultura que rige en los tiempos que corren.

Dr. Hupta: - ¿No me diga que...?

Dr. Pachamé: - Sí, lo conectamos a la televisión.

Dr. Williams: - Increíble.

Dr. Miyagui: -Notable.

Dr. Pachamé: Una boludez. Fue lo que nos arruinó el experimento. Vea, dividimos los campos de avance en 4: establecer cosas en común, preocuparse por los problemas del otro, insinuar atracción física y, por último, lograr algún tipo de contacto físico.

Dr. Ingelstorm: - Parece un patrón bastante correcto.

Dr. Spaeman: - No sabría decirle, no sé cómo funcionan estas cosas.

Dr. Pachamé: - Quizás, pero el patrón y la fuente claramente colisionaron.

Dr. Hupta: - ¿Por?

Dr. Pachamé: - En primer lugar, Andresito buscó en su memoria cuáles eran las cosas que agradaban y desagradaban a las mujeres para seleccionar cosas en común.

Dr. Ingelstorm: - ¿Y?

Dr. Pachamé: - Entonces le dijo a la Sujeto experimental (SE) que a él también le molestaban las toallitas femeninas de grandes dimensiones y que se sentía mucho más cómodo con la nueva Alas ultra fina. Acto seguido sacó un jabón y comenzó a frotárselo ante la mirada atónita de la SE.

Dr. Sapeman: - ¿Y eso no funciona?

Dr. Pachamé: - No. Pero todo se precipitó cuando se "interesó" en los problemas de la SE. Ella comenzó a contarle que se sentía infeliz porque ya no hablaba tanto con la que había sido su mejor amiga de años.

Dr. Williams: - ¿Y?

Dr. Pachamé: - Él le preguntó si no sería a causa del tránsito lento. Le recomendó tomarse una botellita de yogurt por día. Después insinuó que tal vez su amiga en realidad estaba secretamente enamorada de su novio. Cuando la SE le hizo notar que la ausencia de novio había sido la condición de posibilidad de ese encuentro, Andresito le dijo que entonces ella le tenía ganas al novio de su amiga.

Dr. Spaeman: - Tantas telenovelas venezolanas no pueden estar equivocadas...

Dr. Pachamé: - Considerando que era tiempo de pasar al siguiente paso, Andresito se sacó la remera y se echó desodorante por el torso mientras miraba lascivamente a la SE.

Dr. Hupta: - ¿Y la mujer no se retiró espantada?

Dr. Pachamé: - La SE estaba inmovilizada como un venado ante la luz del faro del auto del cazador. Andresito interpretó que esa era la seña para pasar al último paso.

Dr. Ingelstorm: - ¡¿Allí?! ¿qué pasó?

Dr. Pachamé: - Yo sabía que tendríamos que haber bloqueado el programa 100% lucha. Todavía estamos pagando los gastos médicos de la SE. No entiendo como... ¡NUÑEZ, SALGA DE ENCIMA DE LA DOCTORA MEMBRIBEZ! ¡DEJE! Pero, che...

Dr. Spock: - Esto en mi época no pasaba.

Que lo disfruten con salú.


lunes, 24 de agosto de 2009

Confesión


Es llamativo. Si uno busca compartir un triunfo, tiene que buscar en un circulo muy íntimo para que el otro lo valore y se alegre genuinamente con nosotros. Muchas veces detrás de un "¡pero qué bien!" se alojan pensamientos del tipo "¿y me lo tenés que enrostrar, hijo de p...?", "sí, sí, pero seguro que tenés sarro" o, las más de las veces, "¿y a mí que carajo me importa?". No obstante, si lo que uno quiere compartir es una flaqueza, un defecto o una agachada, tendrá que repartir números y ordenar en filas a la horda de amarillistas de baja estofa que se agolparán a su puerta sedientos de información. Si la flaqueza, el defecto o la agachada son ajenas, se le suma el placer del juicio y la cosa toma ribetes extáticos.

De este voyeurismo vital se nutre la franja de la televisión que va del mediodía hasta las 4 de la tarde. Y la de las 9 a las 11 de la noche. Y de la mañana también. En fin, todo lo que no sea un documental sobre moluscos de la costa de Burkina Faso en el canal seteintaypico. Usted me dirá que eso se da porque se trata de ventilar la vida privada de famosos. A lo que yo responderé que más bien se trata de famosos por ventilar su vida privada, y no podré contener la mueca de sonrisa por un juego de palabras tan logrado. Usted tratará de refutarlo sacando los casos de 3 o 4 famosos escrachados mientras se agita. Yo le daré los nombre de 230 ignotos argentinos que volvieron al ostracismo televisivo luego de un fugaz paso por la grilla. Usted se echará a llorar y me pedirá perdón por su insolencia. Yo le diré que no es para tanto y que me incomoda la gente que llora, así que por que no se echa unos pasos para atrás.

La cuestión es que lo que fue en un primer lugar la escucha de una desgracia o un chisme de parte de los involucrados o su entorno trocó en una feroz caza de brujas para conseguir una primicia, aunque tuviesen que atropellar al famoso para decir que tuvo que ser internado. Esta violenta irrupción en la esfera privada es vitoreada por la masa informe de consumidores de intimidades ajenas.

Pues bien, yo he sido objeto de uno de estos ataques. En un reciente post, uno de mis "amigos" aprovechó la volada para comentar que yo le había tirado una piedra a una profesora durante mis días de alumno secundario. No quiero hacer declaraciones al respecto.

Bueno, sí quiero. Ante todo aclarar que no se trataba técnicamente de una piedra, sino más bien de un puñado de tierra endurecida. Segundo, que la profesora me había castigado tres veces el mismo día. Tercero, que el hecho de que el colegio estuviese en construcción y diese lugar a esas formaciones terruñas fue una provocación. Cuarto, que le pegó en la pierna. Y quinto, quiero que mis alumnos sepan que la violencia de ese tipo no conduce a nada.

No contento con hacer esta aclaración, me parece que una confesión de mi parte será de ayuda. Prefiero que se enteren por mí antes de que lo lean en alguna revista sensacionalista*. Además, creo que ayudará a humanizar al escritor. Sacándome el peso de las miserias de encima lograré que el lector no se haga una idea errada de alguien que sólo tiene una capa de flaquezas, algunos defectos y algunas agachadas bajo una estructura de logros monumentales y acciones formidables.

En primer lugar quiero aprovechar este lugar para desmentir categóricamente que esté vinculado sentimentalmente con Luisana Lopilato. Más allá de los mails, los volantes en la calle, las pintadas, no se trata más que de un rumor que no tiene ningún fundamento. Es una gran mentira. Una que inventé yo, más precisamente.

A continuación, un pequeño listado de flaquezas, defectos y agachadas. No, no se sienta libre de sumar a la lista. Gracias igual, pero no. Cualquier cosa lo llamo. La lista:

1. Nunca pude ver el ojo mágico: ya sé que hay que hacer de cuenta que uno está mirando atrás de la lámina; ya probé ponerme bisco; ya seguí el dedo desde un costado. No hay caso. Si uno quiere ver algo en 3D, entonces que mire cosas con volumen.

2. Fui a un recital de Roxette: era joven y no sabía lo que hacía. Con decirle que en ese momento de mi vida hubiese elegido el Look Sharp por sobre cualquier cassette de Queen, Led Zeppelin o María Elena Walsh.

3. Nunca vi Forrest Gump entera: en mi defensa digo que sumando las partes que fui agarrando en el cable a través de los años, creo que sólo me falta la parte de guerra en Vietnam (esa en que arma el rifle rápido sí la vi)

4. Casi lloré cuando Argentina quedó eliminada del Mundial 94. Casi.

5. Yo fui el que le echó sal al helado de Alberto.

6. Soy incapaz de diferenciar los alcances de uso de los distintos trapos de la cocina (paño, valerina, trapo rejilla, etc...): este ¿se puede tirar al piso para limpiar o no?

7. Por una mujer linda me bajé varias paradas antes del colectivo: ¿cómo que qué pasó? Tuve que caminar mucho más hasta mi casa.

8. Una vez me estaba fugando en un Renault 18 y varios trapitos (chicos que cuidan autos) que sabían de mi fuga me amenazaron con delatarme hasta que uno dijo "No, dejenló. Me lo dijo el espíritu de Aníbal Hay": Ah, no. Eso lo soñé. ¿Cómo llegó Aníbal Hay a mi inconsciente?

9. Mientras estaba en Europa visitando lugares históricos se me atornilló a la cabeza "Todo a pulmón" de Alejandro Lerner: No me pregunte cómo llegó ahí. Sólo sé que se quedó molestandome durante varios días como si fuese un ataque de hemorroides. ¡Ah! también tuve hemorroides.

10. Cuando se levanta una bandada de palomas cerca mío me cubro y quedo en una posición... bueno, digamos que no es la que adoptaría William Wallace.

11. Una vez abrí el sachet de leche antes de meterlo en el porta-sachet: para el geniesillo que dijo que el orden de los factores no altera el producto, venga a ayudarme a limpiar el producto que quedó por todo el piso. Y traiga una Valerina.

12. Mentí en el número 4.

Me voy porque me acabo de enterar que los moluscos de la costa de Burkina Faso son bígamos y no me lo quiero perder.

* en el caso de que a estas revistas les interesasen repentinamente las vidas intrascendentes.

martes, 18 de agosto de 2009

Al séptimo, gracias



No somos ángeles. Nuestras relaciones, aún en lo que tienen de más espiritual, están traspasadas por nuestra corporeidad: es la expulsión repentina de aire en forma de bufido la que nos da a entender que no debemos seguir preguntando; es el arqueo de la boca en forma ascendente la que nos muestra que nuestro comentario fue oportuno; es en la yuxtaposición de la mano con la baja espalda de una mujer como comunicamos a otra persona que nos atrae físicamente; es en una nueva expulsión de aire (esta vez en forma de grito agudo) como nos dice que no es mutuo; físico y tangible es el puño cerrado del mastodonte que impacta contra nuestro no menos físico tabique nasal informándonos que además esa otra persona estaba de novia con el hooker de Los Matreros. Nuestra comodidad o incomodidad frente a una conversación se deja ver en diferentes temperaturas, colores y -en algunos casos lamentables- olores; se refleja en la tensión de músculos faciales; en los movimientos iterantes de dedos, manos e incluso brazos; se trasluce en posiciones corporales y toda otra gama de cosas que dificilmente sean atribuibles a un espíritu incorpóreo.

Como si esto fuera poco, tenemos enfrente a una persona portadora de su propio arsenal de reacciones. Y entre los dos entendemos (o no, lo que es peor) una serie de supuestos como que comunicamos también cuando no hacemos contacto visual y que estar a 15 centímetros afecta nuestra atención (los famosos close talkers) casi tanto como ese pedazo de espinaca que sobresale nítidamente de entre los dientes. Llegado este punto, uno se pregunta si no se necesita una maestría en proxemia para charlar, o si directamente no es en vano emprender cualquier intentona de comunicar algo con claridad a otro ser vivo y lo mejor y más sensato es refugiarse en un pausado y continuo soliloquio interior en la cómoda habitación de un hospital psiquiátrico.

Pero no. Resulta que el señorito quiere vivir en sociedad y -todavía más- hablar con los que lo rodean. Bueno, hágalo. Vaya al almacén y exclame que es una barbaridad lo que está el pan, tómese un taxi y trate de meter bocado, júntese con sus amigos y critique las incorporaciones de este año de los clubes de primera división (sobre todo teniendo en cuenta que el pan está a una barbaridad) Pero no diga que yo no lo advertí. Es más, sepa que todavía no lo terminé de advertir. Y le recomiendo que se prepare porque después no va a querer ni ir al almacén.

En el conjunto de los encuentros que uno puede tener con otros homo sapiens, nada desnaturaliza más el intercambio que el transporte vertical de pasajeros que los hombres han dado llamar "ascensor". Imagine que lo encierran con un desconocido en una letrina por 20 o 30 segundos. Los dos saben que no es tiempo suficiente para generar una conversación real sobre nada. Pero saben también que es un tiempo infinito para, simplemente, quedarse callados. Muy bien, ahora quite el inodoro. Ya ni siquiera puede sacar el tema de qué corno están haciendo los dos en una letrina. Ese infierno es el ascensor. Si creyó que evitar la escalera era una comodidad, sepa que ese beneficio se esfuma cuando alguien más comparte el trayecto. La sonrisa protocolar de entrada da lugar a un primer paso mentiroso, que parece augurar un viaje tranquilo: "¿A qué piso va?". Y después... el vacío. El más espectacular y vertiginosos de los vacíos. Le advierto, si la respuesta va más allá de 4 pisos, bájese de ese ascensor inmediatamente. Lo que viene después no es para nada agradable.

La cercanía pesa. Se echa mano a temas inverosímiles ("Qué calor ¿no?", "El tráfico está terrible. Claro, con los piquetes...", "Que loco esto de los ascensores. Cerrás la puerta, la volvés a abrir y estás en otro lado", "¿Por qué casi todos los ascensores tendrán espejos? ¿para levantar el autoestima? Ja, ja, j...deje"*) Se tose para evitar asumir que no se tiene nada que decir. Se agarra la manija 4 pisos antes de llegar. Una tortura.

Por supuesto, yo -miccionado por los canes destinales**- estoy a la vanguardia en experiencias desoladoras de incomodidad ascensoril. Recuerdo que hace algunos años bajaba yo del piso 29 del edificio de mi amigo Christián en su lento y diminuto ascensor. Era un caluroso día de verano y yo llevaba una caja que ya había ocupado la mitad del ascensor (siendo tan sólo una caja de resma de hojas) En el piso 24 el ascensor se paró. ¿Me había quedado encerrado? Ojalá. Una chica sube al reducto infernal dejándonos en una cercanía que implicaba una intimidad no solicitada. Llegado este punto, me veo en la obligación de recordarle al lector que esto es la vida real y no una propaganda de Axe o Gancia, así que no se haga la imagen de Megan Fox o de su vecina ninfómana en el habitáculo, sino más bien de Vicente Fox o la de su vecino el motoquero.

A la altura del piso 20 quise hacer un comentario, pero me arrepentí y todo lo que salió fue un vergonzoso sonido agudo.

A la altura del piso 17 traté de ir un poco más para atrás. En el ya inestable equilibrio del momento, casi me voy de espaldas sobre la caja.

A la altura del piso 14 me pareció escuchar el silencio. Por suerte lo interrumpió el sonido de mi bombeo aórtico (del latido del corazón, degenerado)

A la altura del piso 12 me pareció escuchar la voz de Norma Bates diciéndome que la mate.

A la altura del piso 10 estuve a punto de tirarme desde el ascensor, pero ella me obstruía el paso a la puerta.

A la altura del piso 7 pensé que nadie había experimentado tanta cercanía a la muerte en una ascensor desde Bruce Willis en Duro de matar.

A la altura del piso 3 me puse a llorar.

Llegué a planta baja exhausto. Patié la caja. Cuando me disponía a salir me dí cuenta que había dejado la billetera arriba. Desde ese día ando sin billetera.

*Exagero. El único tema es el climático. Todo el resto es un invento para justificar haber escrito "temas" en plural.

** meado por los perros

martes, 11 de agosto de 2009

Sobre niños y borrachos


Siguiendo con nuestro ciclo de charlas sobre charlas cíclicas que nunca debieron tener lugar, nos toca hablar ahora de un tercer tipo de conversaciones: aquellas que no encierran un problema per se, sino tan solo per accidens. Es decir, cuando uno no la veía venir y se le armó un quilombo de novela.

Tales tertulias terminan mal a fuerza de reunir azarosamente una serie de líneas causales que podrían haber transitado paralelamente sin molestarse unas a otras pero, merced de una paupérrima suerte, vienen a colisionar en nuestra cara dejándonos en el rostro las marcas de las esquirlas de tal fatalidad cósmica. Es decir, cuando uno no lo veía venir y se le armó un quilombo de novela.

Me humanizaré ejemplificando desde mi propia vida tales lides, no para que me vilipendien, sino para que aprendan. No estoy seguro de lo que se puede aprender de lo que voy a contar, pero busquen algo. No, no lo tomo en el final.

Las situaciones que he prologado largamente y que en el fondo son una pavada tienen su principio remoto en un lugar común que me gustaría someter a consideración: "los niños y los borrachos nunca mienten".

Patrañas.

Paso a justificar mi postura sobre este tema que estoy sometiendo a su consideración. Pensemos ¿qué es lo que haría a niños y borrachos incapaces de mentir? Ensayaremos tres argumentos:

1. La ausencia de maldad.

2. La ausencia de filtros.

3. Un hada mágica que, al percibir la inminente presencia de una oración que voluntariamente no se ajusta a la realidad, con un pase de varita impide la sonoridad de tales vientos de la voz.

Refutación simple y contundente de los argumentos precedentes:

1. ¿Quienes son exactamente estos seres luminosos carentes de maldad? ¿los niños a quienes Freud llamaba perversos polimorfos y que -literalmente- se cagan en el resto o los ebrios irredimibles que vomitan casas ajenas y abollan automoviles de terceros tratando de estacionar en la llanura pampeana? Si usted cree esto entonces está borracho. O es un niño.

2. Al parecer decir lo primero que a uno se le cruce por la cabeza sin ningún tipo de consideraciones es garantía de honestidad. ¿Está usted peleado con su novia? Emborrachense. De esa manera se dirán todo lo que nunca se dicen ¡y al día siguiente no lo recordarán!

No se entusiasme. Estoy siendo irónico. Desde luego que la borrachera no es garantía de nada. El estado de ebriedad se asemeja al de semi-vigilia en el que uno se encuentra cuando lo despiertan en medio de la noche. Y, seamos sinceros, no han surgido grandes reflexiones de momentos así.

Tampoco la falta de filtro de los gurrumines nada dice sobre la veracidad del contenido de sus proposiciones. ¿Quién puede confiar en alguien que cree en la existencia de un roedor que cambia dientes por plata? Todos saben que los ratones son avaros (lo que les ha implicado la estigmatización social cuando se le dice "ratón" al hombre poco desprendido) Incluso si quisiesen decir la verdad, el punto central es que no entienden nada.

3. Aunque más plausible, si el hada fue tan ineficiente como para permitir que su tutelado se pusiera una curda, poco podrá hacer con unas simples frases inexactas.

Como fuere, la cosa es que ese maldito lugar común me jugó dos grandes trastadas en la vida; la primera fue durante unas vacaciones en Chile con mi familia, en la que siendo un puber de 15 o 16 años me había ganado los favores de 3 simpáticas mozuelas de mi edad. Pero no pude quedarme ahí, mis pavoneos tuvieron que incluir comentarios vejatorios hacia mi hermano, que tenía en ese entonces unos 7 u 8 añitos.

Chile. Vacaciones con mi familia. 16:54 hs.

Pablo: - ...pero bueno, comparto cuarto con esta laucha.

Hermano de 7 u 8 añitos: - ¡No me digas laucha!

Pablo: - Es verdad, con ese pedazo de cabeza no podrías ser una laucha.

Hermano (encolerizado): - ¡Y vos...y vos...Y VOS TENÉS REVISTAS PORNOGRÁFICAS EN TU CAJÓN!

Eso es lo último que recuerdo. Después todo se nubló. Cuando recuperé el conocimiento estaba encima de mi hermano, con el puño cerrado y su bracito colorado. Como mi cara. Todavía no sé si de vergüenza o de ira.

¡Por supuesto que era mentira! ¿Cómo puede creerle a un chico que a los 7 años sabe lo que es una revista pornográfica? ¡Que no! ¡que no tenía nada! Mire, en esa época no era como ahora, implicaba una logística y un capital inicial del que no disponía. Mi hermano actualmente sostiene que si lo dijo siendo niño debía ser verdad. Es evidente que si sostiene tales falacias ahora es porque se ha entrenado desde sus días de perverso polimorfo.

El segundo caso es más reciente. Tengo una hija de dos años que se encuentra incursionando en el mundo del discurso propio. Tiene bocetos de ideas y arma oraciones con bastante sentido. Pues bien, mientras mi mujer le daba de comer hace poco se originó el siguiente diálogo:

Comedor de la Familia Benegas. 20:14 hs.

Hija: - Papá pegó.

Madre: - ¿a quién?

Hija: - a mamá.

Madre: - ¡¿a mamá le pegó?!

Hija: - Sí.

Madre: - ¿por qué?

Hija: - tiró todo.

Madre: - ¿qué cosa tiró?

Hija: - Facturas.

¡No se vayan! ¡es mentira! A esta altura pienso si no es una campaña de desprestigio. Cuando me lo contó me imaginé si hubiese salido en una conversación social. Hubiese tenido que ponerme en pedo para contradecirla. ¿Me imaginan pegándole a mi mujer por tirar facturas en la calle? Ah, ya veo como vienen la mano: "por supuesto, si era un degeneradito a los 16, ahora debe ser un sexópata violento. ¡Pobre la mujer! ¡pobre el hermano, que sufrió esa violencia tanto tiempo!".

¿Ve? Forma sus opiniones sobre mí guiándose en la opinión de niños y de niños que han llegado a ser borrachos (porque si nos ponemos a hablar de mi hermano...) Y ellos mienten. Sí, sí, mienten. Así que en lugar de transitar lugares comunes que lo podrían llevar a lugares incómodos y de difícil retorno como los que he ejemplificado, mejor sospeche de estos falsos paladines de la verdad. Es más seguro.

Además, no me diga que tirar las facturas no sería un motivo válido para golpear a alguien.

jueves, 6 de agosto de 2009

Conversaciones inexistentes


Pocas cosas son más apasionantes que una buena conversación. Ese ida y vuelta imprevisible que puede conducir a los lugares y temas más dispares. ¿Quién no se ha preguntado -en medio del fragor dialéctico- "cómo es que llegamos a esto"? ¿quién no ha tenido que desandar el hilo argumentativo para reconducir a un tema que quedó sin cerrar (y cuantos quedan de hecho irresolutos) con la pregunta "de qué era que estábamos hablando"? Y a cuantos ni siquiera les importa seguir un hilo, como si estuviesen en una especie de safari verbal. Cualquiera que haya tenido una de esas conversaciones de varias horas que parecen pasar como una ráfaga puede atestiguar que esto es así. Una buena conversación convierte todo lo que toca: el café tiene mejor sabor, la noche es más amable, la lluvia más inspiradora.

Lamentablemente, estas joyas de la comunicación interpersonal son raras. No sólo por nuestros tiempos, no sólo por la PlayStation, no sólo porque usted se rodea de imbéciles que no pueden conjugar el verbo partir. No. Se hace difícil porque uno va perdiendo la gimnasia de sostener una charla, enviciado por mil conversaciones que no debió tener nunca. A esos intercambios fatuos va nuestro homenaje en el presente artículo. Distinguiremos estas charlas en dos grupos:

1. Las conversaciones inexistentes: hay autores que dicen que el lenguaje tiene varias funciones, utilizadas según el contexto. Una de ellas, llamada función fática, consiste simplemente en mostrar que el canal comunicativo está o sigue abierto. Las conversaciones climáticas que se pueden encontrar en los ascensores vendrían a ser el mejor ejemplo de esto. También los asentimientos constantes ("ajá") cuando un interlocutor telefónico monologa por varios minutos. Ahora bien, una cosa es mostrar disposición a conversar y otra muy distinta es tener una conversación pre-establecida que se le arroja al primero que pasa.

Pallier de un edificio cualquiera. 17:25 hs.

Ser humano: - Hola, Raúl.
Portero: - Bien, bien...
Ser humano: - ¿Cómo and...?
Portero: - Sí, sí. Buenas tardes.
Ser humano (confundido): - ehhh...hol...
Portero: - Taluego... taluego...

Como se ve, en lo que pretendía ser una conversación de paso hacia el ascensor encontramos en realidad un discurso monolítico. Yo tengo la suerte de que el portero de mi edificio sea un oligofrénico antisocial pero, como regla general, trate de hacerse amigos que vivan en un PH. No se les pega ese cinismo que viene de saber que no son escuchados.

2. Las falsas conversaciones: no sólo los porteros (que merecen un artículo aparte) afectan nuestra capacidad de relacionarnos con otras personas, existe también un tipo de gente que es un cancer para los intercambios verbales: los monologuistas. Hay gente que se acerca a uno pero no tiene la intención de dialogar. Sólo quieren decir cosas. Como las normas sociales les exigen un interlocutor que no sea un oso de peluche, y aunque sería simbiótico presentarles a los imbéciles que lo rodean y que no pueden conjugar el verbo partir, en general estas personas eligen a quienes tienen más cerca.

En mi trabajo hay una señora que siempre me pregunta por mis hijas. Y sería un lindo gesto si no fuese porque lo que en realidad busca es contarme algo sobre su hijo. Darme cuenta me tomó unas 2 conversaciones (no, no tengo problemas para conjugar el verbo partir)

Conversación 1:

- Hola, Pablo ¿y las gordas?
- Bien, bien. ¿Tu hijo?
- ¡Ay, no sabés! El muy bandido el otro día agarró una naranja y... (3 minutos de relato)

Quiero que quede claro. Yo considero que sonreír y babear al mismo tiempo es una hazaña cuando lo hace una de mis hijas, pero también sé que fuera del binomio yo-mi mujer tales proezas pierden un poco de interés. Esta buena mujer ha borrado esa saludable barrera. Advertido de esto, y aún pareciéndome que podía bordear la mala educación, elegí evitar la repregunta.

Conversación 2:

- Hola, Pablo ¿como andan las gorditas?
- Bien.
- Que frío que hace ¿no? Yo hoy a Pepito* lo tuve que abrigar, porque él siempre se resfría. Como la vez que... (5 minutos de relato)

No es la única. Incluso en discusiones más importantes, hay gente que sólo quiere sacarse del pecho lo que quiere decir, aunque para ello tenga que poner cara de interés durante los 5 minutos que habla el otro. Es por eso que estas conversaciones son escasas, porque es escasa la cantidad de personas con la gimnasia para sostenerlas.

Pero ¿como es que llegamos a esto? ¡Ah, sí! Hablábamos sobre la conjugación del verbo partir.

* el nombre ha sido alterado para proteger la vida social futura del involucrado.

martes, 4 de agosto de 2009

Soliloquios de un cantautor incomprendido


"Como tantas madrugadas encerrados en un coche. En una calle sin luz, una calle sin nombre..."

Es verdad que nunca parece lo mismo. Una cosa es cantar uno, entonar algunos estribillos con cierta gracia y otra muy distinta es ver a alguien, a un otro, cantando por la calle. Y no se trata solamente de que uno agarra una parte, o que siempre que uno canta es porque está de humor para cantar y cuando escucha no necesariamente está de humor para escuchar. Es que a veces, simplemente, es distinto. Como aquella chica que venía con el discman cantando "la hija del fletero" de los Redondos.

"...los dos frente a frente, se miran despacio tras dedicarse al amor y sus trabajos. Secan su sudor. Secan su sudor. Tal como han aprendido, lo han olvidado..."

Es verdad que el discman no la ayudaba. Porque uno no se escucha a sí mismo, y puede estar a los gritos sin anoticiarse de ello. Y además no pegarle al tono. Además, hay que encontrar algo que vaya con las propias características vocales. Es muy difícil cantar "la hija del fletero" sin recurrir al falsete.

"El piensa ya nada es lo de antes; la vida debe estar en otra parte. Donde no la divisa porque..."

Se me ríe el tarado ese. Un cavernícola. ¿Qué va a entender de la nueva trova o de la sensibilidad de lo que canto? ¡Andá, gilún! ¡probá con letras de Sepultura a ver como te va! Seguro que el tipo se cree canchero y no se puede levantar ni a la mañana: "Hola, nena. Quiero beber tu sangre en el cráneo de un burgués" debe decir. O algo así.

"...ataremos bandadas de gorriones a nuestras muñecas; huiremos lejos de aquí, a otro planeta.."

Y ni eso. No debe saber lo que es un burgués. Le decís "andá a buscar un burgués" y seguro que el tipo se va a McDonalds. De nabo que es nomás. Ahora ¿quién le pediría que busque un burgués?

"...llévame donde no estés. Un muerto encierras..."

¡Oia! Esa chica me miró. Sí, sí, sonrió y bajó la mirada. Esto pasa en las películas nomás. Seguro que sabe lo que estoy cantando y le dí la imagen de hombre sensible pero recio que estaba buscando por la vida. Y mirá que no está para nada mal. Y cuando lo cuente en la oficina va a estar todavía mejor. ¡Grande cantautor! Pará, pará, no te emociones mucho que ya veo que le pifiás al tono. Vos tranquilo. Casual.

"Él decide por fin vomitar las ideas, ella lo sabe, tranquilamente lo espera..."

¡Es para vos, Sepultura boy! ¿Quién se ríe ahora? ¿eh? ¡Yo! Yo y esos chiquitos que vienen de frente. Pero lo que importa es que... Che, ¿las madres no les enseñan que no se señala? Pero bueno, todavía no saben lo que es el amor. Y de cabeza que escuchan Rebelde Way o alguna gansada así ¿qué pueden saber de música?

"...su boca cobarde pronuncia..."

No, eso venía después. ¿Cómo seguía? ¡No te manques ahora que tengo que terminar la canción antes de llegar al laburo!

"...ellalosabe, tranquilamenteloespera, su...su..."

Que lo parió ¿cómo era?


"..ella lo sabe..."

Pero, che...

"¡ATAREMOS BANDADAS DE GORRIONES a nuestras muñecas, huiremos lejos de aquí, a otro planeta..."

Igual, con la ventaja y todo, tengo que dejar de decir palabras como "gilún" o "gansadas", porque de maduro y sensible a "vejete que tararea" hay un paso. Y ahí es cuando Sepultura boy y sus congéneres encuentran un resquicio y logran perpetuar la especie. ¡Mirá que simpaticona la señora que sonríe! A usted también le puedo dedicar alguno de mis cantos. pero será en otra ocasión.

"...llévame donde no estés. Un muerto encierras..."

Yyyyy...llegué al laburo. Ni que lo hubiera cronometrado.

- ¿Cómo andás Carlos? ¡No sabés lo que me pasó en la calle!

- La verdad que no, pero te pido que te arregles un poco para contarme.

- ¿Por?

- Tenés la bragueta abierta.

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