jueves, 22 de septiembre de 2011

Breves e inconexas VI




1) Si algo ha eclipsado las filtraciones de Wikileaks han sido las filtraciones de Choluleaks. Fotos de famosos desnudos se hacen públicas sistemáticamente. Por supuesto -en los casos en que el culpable no es un ex novio despechado- se trata de robos de teléfonos celulares y hackeo ilegal de computadoras. Gente de bien que se ve sorprendida en su intimidad por inescrupulosos voyeuristas.


Habiendo establecido esto, mi pregunta es ¿por qué diantres hay personas que se sacan fotos desnudas con su celular en primer lugar? Es decir ¿cuando serían un buen momento para ver fotos de uno mismo como Dios lo trajo al mundo? "Che, qué macana, todavía faltan 200 números para mi turno. ¿Cómo era yo desnudo?"; "Este es mi sobrino Ambrosio comiendo papilla, esta es mi perrita Laica corriendo por la playa, esta soy yo en bolas mirando con cara de ninfómana, este es el cumpleaños de mi abuela...".


Un 'desnudo cuidado' es el desnudo que no se fotografía.


2) No me gusta ver películas de terror. No existen motivos éticos, estéticos, técnicos, estocásticos o peripatéticos. Simplemente soy cagón. Cada incursión forzada termina con un pensamiento similar al que uno puede tener mientras el carrito de la montaña rusa remonta lentamente la primera subida: "¿Por qué me estoy sometiendo voluntariamente a esta tortura? Y ahora ya no puedo volver atrás".


Ahora bien, mis incursiones en el género* han bastado y sobrado para constatar un par de cosas:


- Si alguien se baña, entonces va a morir. No sé si habrá lobby de las perfumerías francesas, pero lo cierto es que tomar una ducha (ni que hablar de un baño de inmersión) es una sentencia de muerte. Y los que se salvan siempre están sucios al final de la película. Lo preocupante del caso es que los asesinos no parecen respetar la intimidad. Me gustaría ver una escena en la que el asesino entre al baño y se encuentre con la víctima sentada en el inodoro.


- Los zombies son lentos y -paradójicamente- pueden morir. Un zombie es una criatura infernal ciertamente curiosa: al parecer, al resucitar a una persona esta pierde a) el equilibrio: ya no puede caminar balanceando graciosamente sus brazos sino que parece estar tomando distancia en el patio del colegio; b) todo atisbo de velocidad: si se quiere evitar ser mordido por un zombi, básicamente lo que hay que hacer es apurar el paso. No obstante, aun cuando son lentos y van murmurando constantemente, logran sorprender a los personajes secundarios que siempre están mirando para atrás; y c) la noción de una dieta balanceada: quizás por resentimiento contra los que tienen articulaciones, lo único que les interesa es la carne humana. Nunca una ensalada o unas machas a la parmesana. Además, pueden estar días vagando sin sentido, pero apenas se hacen de un cacho de persona (o de la persona de Cacho) no pueden esperar a ponerla unos minutos a la parrilla.


- Las octavas partes nunca fueron buenas. Los distintos géneros (comedia, acción...) han adoptado la permanencia de historias para dar continuidad a un relato, a un personaje o, según dicen algunos malintencionados, lucrar. Ahora, las películas de terror han llevado este principio hasta el paroxismo.


Una película de terror sólo puede terminar cerrando el circulo: la muerte del asesino; el cese del destino trágico; la exorcización del espíritu errante. La amenaza constante que da sustento a la película debe ser eliminada. Eso debería anular la posibilidad de una secuela. Pero no, el asesino no estaba tan muerto, el destino sólo había hecho una pausa para ir a mear y le erraron con la exorcización del espíritu errante. O sea, es lisa y llanamente desautorizar la película anterior. Sólo se trata de un tiempo de respiro para que la protagonista consiga un nuevo entorno en el que puedan morir todos después de que su entorno muriese en la película anterior.


3) Blogger son los padres.


Esa es mi conclusión. Desde el momento en que uno decide publicar algo en un blog, entiende que la posibilidad de una feedback cara a cara es difícil. Por suerte, además de los comentarios, se puede echar mano a las magníficas estadísticas que nos provee blogger y allí encontrar no sólo la cantidad sino la cualidad de los lectores que entran al propio espacio. Y así es como uno se entera, por ejemplo, qué es leído en Argentina (naturalmente) pero también en España (¡bien ahí!), en México (¡soy un tigre!), en Libia (¿eh?) y en Alaska (¿llega la conexión a internet siquiera?)


No puedo dejar de sospechar. Internet es una red, concedo; existen los amigos de los amigos, por supuesto; hay hispanoparlantes diseminados por el mundo, claro está; todas las personas del mundo pueden ser conectadas en 6 etapas, ponele; pero no me vengan con que una persona cuyas preocupaciones van desde la asimilación de otra cultura al intento de convencer al resto de su familia de que la mudanza a Burkina Faso es efectivamente una oportunidad aprovechada quiere leer sobre las inconsistencias que presenta el zombi como personaje. Ahí hay un muchacho de blogger entreteniéndose mientras pone banderas al azar para que estemos contentos.


¿Paranóico dice? Piense la opción: "Los rebeldes han tomado la ciudad y dicen que ya se puede leer Kairós nuevamente. La gente sale a la calle mientras solicita una nueva entrega de 'Breves e inconexas'".



Pero, si llega a ser el caso, que lo disfruten con salú.


















* hablo del género de las películas de terror, que después se me arma lío con mi mujer.


viernes, 16 de septiembre de 2011

Fermín


Son las siete y media de la tarde. Un vagón de subte que ya no está atiborrado, pero cuyos pasillos todavía albergan gente parada. Y una persona que sube con un parlante, un micrófono y una guitarra. Es Fermín.

Ya conocemos a Fermín; lo hemos visto en dos o tres ocasiones. En el mundo de los títulos autoimpuestos -allí donde Atlanta es el capo de la "B" y yo soy un crack- Fermín es músico. No sólo lo atestiguan su guitarra y su micrófono sino también su pelo desaliñado, su remera gastada, su pañuelo al cuello y sus pantalones chupines. Sabiendo que cuenta con esos testimonios irrefutables, Fermín toma la palabra frente a los que ha impuesto que serán su público. Nos explica que -para el que no se dio cuenta- él es músico. No un músico de subte, no. Él tiene una banda. Pero los meandrosos caminos de la vida lo obligan a llegarse hasta el subte (un Hades tan simbólico como literal) para obsequiarnos con su talento a cambio de lo que nuestra generosidad (¿generosidad? ¡justicia más bien!) quiera retribuir.

El problema es, desde el primer momento, que los viandantes no retribuyen nada -ni siquiera una mirada- al bueno de Fermín. Los auriculares que se vislumbran aquí y allá nos permiten presumir que la gente escucha otra música o se pone algo para no escuchar la de nuestro héroe; los ojos que se posan en el libro/diario/fotocopia/etiqueta con información nutricional que cada uno lleva o -a falta de un texto propio- en el de al lado nos indican que existe una resistencia.

Y Fermín lo nota. "Parece que no hay onda" reflexiona en voz alta. El didascálico valor de sus palabras no permite escapar a la invitación: un ruego espontáneo del público, una súplica conjunta, un pedido popular de rectificación o la explicación justificante de un malentendido se imponen naturalmente. Pero parece ser que nos encontramos entre una multitud contra natura, porque no pasa nada de eso. Sólo textos y auriculares.

Fermín sigue buscando una mirada cómplice. Incómodo, a 70 centímetros del Maestro,el que escribe parece desafiar al primer párrafo del libro que tiene entre manos a ver quién pestañea primero. No puedo quitar la mirada de esa hoja. Fermín está muy cerca y me interroga con la mirada. Lo siento. Siento sus ojos escrutadores cuando pasan una y otra vez por el lugar donde me acodo. Ya conocemos a Fermín. Se impacienta facilmente Fermín.

"Yo a veces no sé qué hago acá" brama. ¡Silencio! ¡que nadie se atreva a sumarse a la pregunta! El Maestro se encuentra en un debate consigo mismo. Se pone en duda y se reafirma. El tiempo parece detenerse, dejando a los ocasionales habitantes del vagón suspendidos en un momento infinito, del que sólo nos puede rescatar el arribo de Fermín a una conclusión.

"Yo suspendo" anuncia. No debería quitar la vista de mi párrafo, pero no puedo evitarlo. Aunque haga contacto visual y me transforme en una estatua de piedra, debo ver la reacción de Fermín. Pero él, magnánimo, ya se ha dado vuelta contra la puerta y canturrea algo mientras toca la guitarra desapasionadamente.

Detrás de él: el vacío. Sólo un tendal de textos y auriculares; algún remordimiento quizás, probablemente varios alivios; un párrafo fijo y una frase. Una frase que brota de lo más hondo del corazón, a apenas 70 centímetros de ese portento del ritmo:


"Fermín, dejá de hincharnos las pelotas".




Que lo disfruten con salú.



martes, 6 de septiembre de 2011

Antes del fin



Quienes han tenido la dudosa suerte de leer mis escritos históricos, saben que pienso que se suele prestar una atención desmesurada a las últimas palabras. Incluso que, en un envalentonamiento revisionista, he puesto en duda que las últimas palabras que se atribuyen sean efectivamente las últimas palabras pronunciadas. Si me preguntan a mí, las últimas palabras de Napoleón deben haber sido algo del estilo "Arghhhh, la puta que arde" y las de Gaudí algo como "¿Cuidado con el 60? ¿qué ses...?".



Porque digan lo que quieran, pero las de la lápida tampoco son las últimas palabras. Si el muerto alguna vez las pronunció, seguro que fue en momentos de mayor lucidez. Y si son una cita, el occiso quizás ni las haya escuchado en su vida (y menos que menos en la muerte) Jim Morrison tiene en su tumba una cita en griego. ¿Cuantas veces lo escuchó hablar en griego? No, no se le entendía porque estaba dado vuelta, no porque fuese grieg... que no. Siga así, dele, siga así que en su lápida va a aparecer "puto el que lee" escrito en griego. Total, sus familiares lo van a tener como un intelectual y usted tampoco es que se va a incomodar si se descubre.



De cualquier manera, el punto no es ese. Lo que me interesa es...no, tampoco sé como se dice "puto" en griego. Decía, lo que me interesa es poner sobre el tapete aquellas frases que, sin ser las últimas palabras, desencadenan el proceso que lleva a que haya últimas palabras; que actúan como el detonante de una serie de eventos desafortunados; que llevan en sí como germen la posterior serie de actos dañinos; que hacen, por así decirlo, que se pudra todo.



Listo aquí algunas frases que no encontrará en lápidas (a menos, quizás, que sea alguna alusión pintada encima con aerosol) ni enmarcada en manuales del secundario, pero que -por las consecuencias que trajeron- para muchos han significado un dramático cambio en su historia:





- ¿Te acordás de mi ex novio psicópata del que te hablé?



- Vos dejame a mí que te muestro como se hace.



- No, no pusiste 'Reenviar' sino 'Responder a todos'.



- ¿La madre? Ah. Disculpe, es que por teléfono suenan igual.



- Ponelo que ni se van a dar cuenta.



- Sí, puede ser que estés un poquito más culona.



- ¿Alguien del público tiene una pregunta? ¿la bragueta abierta dice?



- ¿Qué querés apostar?



- Vos estabas tomando pastillas anticonceptivas ¿no?



- ¿Pero qué puede pasar?



- Quienes han tenido la dudosa suerte de leer mis escritos históricos, saben que pienso que se suele prestar una atención desmesurada a las últimas palabras.









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