El famoso clamor popular. Un recurso artero para justificar una opinión propia en una vaga y difusa voz omnisapiente anclada en alguna aparente tradición. Un sucedáneo de la polémica 'voluntad general' roussoniana. Una chantada, como quién dice. Porque después, si tal afirmación resultase falsa o directamente nociva, uno siempre se puede escudar en que la opinión no era propia, que le vayan a reclamar a "todos los que lo dicen", al pueblo o a Rousseau.
Hablar del clamor popular le agrega un condimento a la cuestión: se trata de un imperativo. La gente quiere que se haga X. Pero si por ventura X saliese mal; si gracias a X hay que pagar los gastos de reparación de Y; si hay que comerse una demanda de Z por acoso o simplemente correr para que no te agarren W, G, F y P, entonces a llorar al campito. Parece que uno debiera quedarse como H. Mudo.
Estamos hoy aquí para ejemplificar a partir de un pedido popular lo que pasa cuando sobreviene el fracaso, con la esperanza de que la próxima vez que argumente algo no vaya corriendo a esconderse bajo la falda de una masa informe de bípedos implumes ficticios.
"Hay que levantar el nivel cultural de los medios de comunicación".
Corría 1989 cuando el Grupo Vergogna decidió que había que levantar el nivel de las transmisiones. Como prueba piloto, comenzaron por la estación de radio del Grupo. Para lograr masividad, se avocaron a las transmisiones deportivas. El fútbol dominical era relatado por el Ingeniero Angelotti y comentado por el Sociólogo Salvatierra.
Desgrabamos aquí un relato del Ingeniero elegido azarosamente: "...va Jimenez, atraviesa el radio de la circunsferencia central. Tira una hipotenusa hacia el noroeste hasta situarse de forma paralela a la línea del costado. Sigue, sigue pero no tanto como para que las paralelas se crucen. Gira 48°. Impulsa el balón, que sigue inercialmente en una trayectoria irregular. ¡Momento! Parece que el rozamiento comienza a afectar al cuerpo circular, que va cediendo más y más al dominio de la gravedad. Súbitamente, aparece un objeto (la cabeza de Vitone) que interrumpe la aceleración de 9,8 metros sobre segundos cuadrados hacia el centro de la tierra y cambia la trayectoria de manera que la esfera termina impactando al abroquelamiento de rombos trenzados antes de terminar irremediablemente en el suelo".

Aunque claramente superior -desde el punto de vista conceptual- que el escueto "Jimenez cruza la mitad de la cancha, desborda, tira el centro. Vitone cabecea y gooool" de la radio de la competencia, lo cierto es que la gente no podía seguirle el ritmo. A veces incluso un error de cálculo los llevaba a gritar gol cuando en realidad se trataba simplemente de un lateral desde la mitad de la cancha, o entender que efectivamente había habido un gol 30 minutos después, luego de haber resuelto complejas ecuaciones que implicaban función cuadrática.
Las entrevistas de Salvatierra no iban mucho mejor:
- Salvatierra, acá estoy con el serrucho Gonzalez ¿quiere preguntarle algo?
- Sí. Gonzalez: el relato concepto-funcional del técnico ¿problematizó el constructo amigo-enemigo que se pone en juego y opera a nivel simbólico en la dialéctica diferencial preponderante en los grupos de hinchas que se autoconstruyen socio-históricamente como los portadores de la esencia futbolística?
- Creo que el triunfo es mérito de todo el equipo.
Luego de esta primera experiencia fallida, consideraron que en lugar de tratar de elevar el nivel de lo masivo, mejor era masivisar más las discusiones intelectuales. Surgió así el programa televisivo "La cosa es así", brillantemente conducido por el filósofo Fernán Parmesani. La impronta barrial de Parmesani y sus conocimientos sobre arte, política, economía y otros tópicos prometían llevar la alta cultura a la multitud.
Lo que no tuvieron en cuenta es que el irascible Parmesani lo único que prometió fue no trompearse delante de las cámaras. Todavía se recuerda aquella trístemente célebre entrevista al Diputado Maffiolo.
- Honorable Diputado, usted está en la comisión que trata el asunto de la venta de acciones de la Empresa estatal a capitales privados ¿no?
- Es cierto. Nuestro bloque propone recortar las acciones vendibles a sólo un 5% del total.
- Ajá, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Por supuesto.
- ¿Usted siempre fue tan boludo o recibió ayuda de la gente de su bloque?
- Parmesani, yo le voy a pedir que si no está de acuerdo lo manifieste de manera menos ofensiva.
- Y yo le voy a pedir a usted y a toda la sinarquía internacional que me...
El audio se va repentinamente. Pero los gestos de Parmesani hacen que hasta Helen Keller pueda darse cuenta de las opiniones del pensador respecto del tema en cuestión. Luego de un corte, se podía apreciar al Diputado sentado, con las manos entrelazadas, prácticamente inmóvil y mirando a Parmesani con una cara que en una reunión de filatelistas hubiese sido considerada seria. El filósofo se acomodaba la corbata mientras intentaba recuperar la compostura.
- Le pido disculpas, Diputado. Creo que el punto ya había quedado claro.
- Efectivamente.
- Es que esta manía de que el Estado no suelte prenda para poder acomodar en la empresa al sobrino de la amante que no estaba calificado ni para cursar jardín de infantes me enerva un poco.
- ¿Como se atreve a insinuar que exista algún tipo de nepotismo de parte de los cuadros políticos?
Cuando la respuesta tomó forma de gargajo, los directivos del Grupo entendieron que la empresa estaba perdida. Movieron a Parmesani a un incipiente programa de chimentos y consideraron que habían hecho todo lo posible. Era la gente la que había dado la espalda a tan magno proyecto.
La respuesta al próximo clamor popular la daría el mismísimo Parmesani.