martes, 21 de octubre de 2008

Suspiro limeño


Mirando hacia atrás en la vida, no puedo dejar de reconocer que he tenido la suerte de viajar bastante. Distintas situaciones en distintos momentos de la vida me han mostrado distintos países. Pero en toda esta diversidad de distinciones nunca había hecho un viaje "por trabajo". O sea, nunca alguien había pagado para que yo viaje (bueno, en realidad mis padres podrían objetar severamente este enunciado, pero no viene a cuento) y esto le dio a mi último viaje un condimento especial.


Como en el formulario de migraciones tuve que marcar el casillero "negocios" para explicar el motivo de mi viaje, llegué pensando que era el presidente de Coca-Cola. Sin embargo, 24 horas después me fui sintiéndome un accionista de Enron. ¿Por qué?¿qué pasó en el medio? Verán, los que me conocen saben que tengo un severo problema para decir que no. Entiendo que si alguien me plantea o pide algo es porque en su buen criterio lo pensó, elaboró y sopesó, con lo cual una negativa sería desvalorizar todo ese esfuerzo cogitativo. Creo que de haber sido mujer el embarazo adolescente hubiese sido casi inevitable. En fin, la cuestión es que Lima es un mal lugar para no saber decir que no.Si bien el viaje fue bastante corto (llegué una noche y me fui la noche siguiente), lo cual supuso un tiempo muy acotado para hacer turismo, ahora veo que fue en mi propio beneficio. Al término de mi primera hora de turismo ya me habían hecho mal el cambio de moneda y vendido un par de porquerías a un precio que no alcanzo a distinguir si fue conveniente o no (pero que sospecho que no) Si es verdad que los españoles les cambiaron oro por espejitos de colores, ya pueden respirar tranquilos: yo compré todos los espejitos de colores. Esta forma de relacionarse tiene que ver con la idiosincrasia peruana (como profundamente capté después de 1 día): las cosas no se definen taxativamente sino que todo tiene que ser negociado: los taxis no tienen contador, la ropa no tiene precio y los tiempos son relativizados. Esta obligación de tener que negociar todo hacía que, para mí, Lima fuese el infierno mismo con una linda plaza central.

Después de la derrota inicial me propuse no vender el hígado por una agarradera tejida de lana. Así, me refugié en lugares que tuviesen precios establecidos y evité el contacto visual con vendedores de todo tipo. Pero ellos me hablaban, me susurraban palabras tentadoras: que me vendían dos cosas al precio de una, que una cosa como la que me ofrecían no se conseguía en otra parte, me preguntaban de dónde era (responder es el principio del fin y yo ya lo sabía) Pero como Ulises, yo también resistí al canto de las sirenas. Ahora bien, para mantener mi dignidad todavía me quedaba un obstáculo a sortear : el viaje en taxi de vuelta.

Había logrado llegar al centro por 9 soles en un viaje que me habían dicho que costaba 12. Hasta ahí esa era mi única victoria y no podía permitir que me la empañasen. Para evitar perder en la negociación, había guardado sólo 10 soles para este viaje, así que aunque quisiesen no podrían conseguir mucho de mí. A los 15 minutos me dí cuenta de que yo tampoco iba a poder conseguir nada de ellos: "¿A Miraflores a esta hora por 10 soles? Nooo". No había contemplado esta opción que albergaba la dinámica de la negociación: la negativa pura y dura. Aunque a nosotros nos parezca extraño, un taxista evalúa si el viaje le conviene o no de acuerdo a criterios inexplorados para una mentalidad foránea. Recurrí entonces a mis exiguos conocimientos de negociación para constatar que mi MAAN (mejor alternativa al acuerdo negociado) era una maratónica caminata al anochecer por un país desconocido. En el balance general vi que me convenía cambiar algunos pesos más; en el balance particular vi que mi "haber" disminuía en 15 soles por motivos de "excesivo tráfico" de esa hora.


Cuando alguien quiere hacer notar que actuó de acuerdo a una virtud que no le es del todo conocida recurre a un misterioso "yo interior" en el que esas acciones estarían aprisionadas. Pues bien, yo sé de sobra que mi "Pablo interior" era en realidad el que me había dejado con tan poca plata encima, por lo que asumiré que algún tipo de "Pablo exterior" -más pragmático, con una mayor preocupación por las finanzas- logró lo que sigue: viendo que el tránsito era bastante liviano, me atreví a comentarlo. Y aún más, juntando todas mis fuerzas sugerí que esa coyuntura ameritaba una renegociación del importe. La respuesta fue inmediata: "Lo que es justo, es justo". Resultado: 12 soles por un viaje desde el centro a Miraflores. Hasta los accionistas de Enron tienen alguna alegría de vez en cuando.

4 comentarios:

H. Froude dijo...

Después de leer su post uno puede preguntarse si es posible que en la tarjeta de migraciones del Perú haya otro casillero que el de "negocios"... ¡Muy buen blog!

Pablo dijo...

No sería una mala idea sincerar la tarjeta de migraciones. Eso sí, en "algo para declarar" uno debería poder poner que no quiere comprar nada. Como para que conste si después se encuentra sin plata para pagar el derecho de aeropuerto.

Bugman dijo...

Se perfectamente de lo que habla. Dos años de vivir en Lima (en San Isidro, más precisamente) me dotaron de una gimnasia regateadora de medallista olímpico. Cuando volví a Buenos Aires intenté negociar de parecidas formas y me sacaron corriendo. Con los años aquel entrenamiento practicamente se ha perdido: pago lo que me digan.

Pablo dijo...

No pierda ese caudal de conocimientos, podría dictar cursos de negociación para empresas.

El problema me parece que es cuando uno no sólo es incapaz de regatear, sino que proactivamente paga por algo que no quiere. Si estoy en un negocio de ropa y me pruebo algo, me siento en la obligación de comprarlo por el simple hecho de haber importunado al vendedor. Por suerte, mis debilidades chocan contra mi economía, que gana -paradójicamente- por ser más débil.

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