miércoles, 28 de mayo de 2008

¿Y si Stanley Kramer tenía razón?


Cuando, comentando algún evento, una persona exclama: "¡Que loco que está el mundo!" tengo que confesar que no sé que hacer. Debería interpretar que lo que dice del todo lo afirma también de sus partes. Entre esas partes me encuentro incluido, por lo que se desprende que me está negando razonabilidad. Y eso no le gusta a nadie. Atendiendo a mi carácter no belicoso y al probable descuido que se le haya deslizado a nuestro pobre imbécil, decido que lo mejor es educarlo al respecto. Quizás incluso yo haya cometido la falacia de división. Eso tampoco le gusta a nadie. Bah, por lo menos a los que saben qué es una falacia. Bah, a los que la sufren. Bah, quizás a nadie le importe. Lo que sacamos en limpio es que debo educar a un imbécil. Pero cuando me dispongo a iluminarlo, veo que en la actualidad reconocer la locura es cada vez más difícil. Podría decirme que es porque el mundo se volvió loco, pero quedaría como un imbécil. Y eso -y cometer falacias de división- es algo que no le gusta a nadie. Concedo que es difícil, pero esto ocurre porque los parámetros han mutado hasta dejar al observador imparcial en el más absoluto desconcierto.

Signos con los que antiguamente se identificaba a una persona como insana:

a) Habla sólo.

b) Cree que es alguna celebridad.

c) Hace cosas irracionales.

d) Se percibe su aspecto sucio y desprolijo.

Pero un espíritu lógico me obliga a plantear como inválidos todos los signos anteriores. Veamos cuales serían los sed contra (pero en cambio) que desarticulan cada una de estas tortugas donde los amigos del lugar común sostenían su mundo de adjudicación de locura:

a) la irrupción en el celular de la tecnología de manos libres ha hecho imposible distinguir cuando una persona habla sola. Tanto por la calle como encima de un auto (entiendo "encima" como "dentro de" pues si se entendiese como "arriba del techo" quizás entonces tendríamos alguna pista sobre el estado mental del individuo en cuestión) podemos ver personas que hablan cuando no hay ningún interlocutor o aparato telefónico a la vista para avalar la práctica. Es más, a mayor nivel adquisitivo el aparato es más sofisticado, lo que en telefonía celular muchas veces quiere decir más chico. Algún atrevido podría decir que entonces habría que fijarse en el nivel adquisitivo para ver si es una persona sofisticada o un loco de mierda. ¿Como? Viendo el traje que porta o el auto en el que está. Pero si ese fuese el caso, la gente no debería hacer terapia sino solamente ponerse trajes caros o subirse a Mercedes Benz. Esto dejaría a los psicólogos sin trabajo y a los dueños de concesionarias de autos caros en el Olimpo económico. Los psicólogos, quebrados económicamente, no podrían acceder a trajes caros o un Mercedez Benz y serían declarados "locos". Paradójico, pero claro como el agua.

b) Napoleón fue un gran personaje histórico. Su legado en nuestros días consiste en la bastardeada imagen de una persona con un gorro atravesado y la mano en su panza en un manicomio. Si bien le echo la culpa de esto a la revista Condorito, al parecer un signo inequívoco de locura es creer que uno es una persona famosa. Pero basta un poco de zapping para ver ignotos seres humanos sin mérito alguno que, de la noche a la mañana (tal sería la mutación en la grilla televisiva), se convierten en personas cuyas opiniones merecen ser escuchadas por miles de personas. Todo el que ha visto Gran Hermano (y lo ha negado frente a los que se lo pregunten) puede dar cuenta de como, después de no hacer nada en una casa por 100 días, uno queda habilitado para hacer una reflexión sobre la realidad política del país o sobre las peleas internas de otros ignotos semejantes en un programa de chimentos. O eso me han contado ya que -más que de fugaz pasada- nunca he visto ese programa. En resumen: es muy difícil determinar quién es famoso y quién no.

c) Es verdad que alguien que hace cosas irracionales, según el antiguo principio operari sequitur esse ("el obrar sigue al ser"), debe ser irracional. Pero cuando se determinó cuál había sido la obra de arte más influyente del siglo XX, se eligió "Fuente" de Marcel Duchamp. Sí, el minjitorio que se aprecia en la foto. Ahora, eso nos vuelve a plantear si el mundo no se ha vuelto loco. Pero como no queremos caer en la imbecilidad, saltearemos con disimulo este punto asumiendo que lo hemos resuelto positivamente. Eso hicieron los curadores ingleses que eligieron Fuente ¿por qué nosotros habríamos de ser menos?

d) Nos queda siempre la percepción directa: la barba tupida y desalineada, la ropa rotosa, el murmullo inteligible en tono violento... Pero cualquiera que haya visto las imagenes de un actor de Hollywood en un día libre rodeado de paparazzis sabe que no se distingue de lo que acabo de enunciar. Además, es notable como la moda va evolucionando hacia la no-moda. Las humildes ojotas y la remera blanca de cuello vencido que antes eran propias del portero que baldea la vereda en verano, son ahora artículos indispensables en el guardarropas de cualquier metrosexual que se precie de tal.


Quizás no nos quede más que rendirnos a la evidencia de que los únicos razonables sean los locos, según nos dice Chesterton, con cuyas palabras (en un sentido homenaje a Gog) terminaremos esta irrupción: “Los que han tenido la desgracia de tratar con gentes que se encuentran en pleno desorden mental o muy próximas a tal estado, saben que la característica de estas gentes es una espantosa, una siniestra clarividencia del detalle, cierto don para relacionar entre sí las cosas más distantes, mediante mapas y enredijos mentales tan confusos como un laberinto. Si os atrevéis a discutir con un loco, lo más probable es que llevéis la peor parte, pues, por mil insospechados caminos, su mente va siempre tan a prisa, que en vano procurarían alcanzarla los pasos contados del buen juicio. Ni siquiera le estorban al loco el sentimiento de lo cómico, las consideraciones de caridad o las obscuras certezas de la experiencia, y, por lo mismo que ha perdido muchas de las sensibilidades propias de la salud, resulta más puramente lógico. Ciertamente, nada hay tan equivocado como la frase hecha con que se designa la locura: la pérdida de la razón. No, el loco es el que ha perdido todo, todo menos la razón.” (G.K. Chesterton, Ortodoxia, FCE, p. 31).


Nota del autor: Stanley Kramer es el director de la película "El mundo está loco, loco, loco" de 1963.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

- dígame, licenciado...
- licenciado.
- gracias, muchas gracias!!

Anónimo dijo...

Mientras leía el artículo no podía más que recordar a G.K., así que el final me emocionó casi hasta las lágrimas!

Gracias por tanto fulbo Pablito!!!

Anónimo dijo...

Ah, me olvidaba, claro que nunca vi Gran Hermano... y tampoco Montaña Rusa.

Anónimo dijo...

¿Qué es Gran Hermano?

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Excelente post.
Lo digo en serio, con toda la carga de envidia que me caracteriza.

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