En fin, solo queda una aclaración más: sobre el mal en su nivel escandaloso (el sufrimiento de los niños, los desastres naturales, que le vaya bien al inmoral, etc...) otros han hablado más y mejor. Sólo decir que se produce en este misterioso tema una brecha entre dos posiciones*: aquellos que sostienen que un mundo de estas características no puede ser obra de un Dios bueno y quienes no ven en ello un problema insoluble. Los primeros alzan su puño al cielo en señal de protesta, en una actitud que es -paradójicamente- religiosa: “¿Pero con qué demonio obtuso, con que extraño mago habían poblado entonces su cielo, ustedes que hoy lo declaran desierto? ¿y por qué bajo un cielo vacío buscan ahora un mundo sensato y bueno?” dice Emanuel Levinas en su ensayo Amarás a la Torá más que a Dios (que hace de prólogo a Iosl Rákover habla a Dios de Zvi Kolitz) La idea es que la reacción sería el reconocimiento de un orden quebrantado. En esa misma línea se sitúa Guardini cuando dice "También la protesta se da de modo esencial. En forma clara, contra el desorden de la existencia, contra el dolor y la confusión; en forma oculta, contra el hecho de que la existencia sea como es. Tampoco sería posible en una existencia “natural”. En una “naturaleza” se puede sufrir, se puede incluso ser aniquilado, pero no se puede alzar la voz contra ella” (Romano Guardini, Mundo y persona, Ed. Encuentro, Madrid, 2000, p. 27) O sea, a llorar al campito. Yo soy de los segundos, que piensan que lo que es insoluble es la idea de crear hombres libres cuyas acciones no tengan consecuencias. Pero para qué escucharme a mí cuando Lewis lo dice con tanta claridad: "Este orden de cosas ¿está de acuerdo con la voluntad de Dios, con lo que Dios quiere, o no? Si lo está, es un extraño Dios, dirán ustedes; y si no lo es, ¿cómo puede suceder algo contrario a la voluntad de un ser con poder absoluto?
Pero todo el que ha gozado de autoridad sabe que algo puede estar de acuerdo con nuestra voluntad, con nuestros deseos, en un aspecto, y no en otro. Puede ser muy sensato que una madre diga a sus hijos, “no voy a obligarlos a ordenar la sala de estudios cada noche. Tienen que aprender a mantenerla ordenada ustedes solos”. Luego sube una noche y encuentra el osito de peluche y la tinta y la Gramática Francesa, todos tirados en la chimenea. Eso es contrario a sus deseos. Ella preferiría que los niños fueran ordenados. Pero, por otra parte, es su voluntad la que dio libertad a los niños para ser desordenados. Lo mismo sucede en cualquier regimiento o sindicato o escuela. Determinas que algo será voluntario, y la mitad de la gente no lo hace. No es lo que deseabas, pero tu voluntad lo ha hecho posible.
Probablemente es lo mismo en el universo. Dios creó cosas que tenían libre albedrío. Eso significa criaturas que pueden actuar bien o mal. Algunos piensan que pueden imaginarse una criatura libre, pero sin posibilidad de actuar bien; yo no puedo. Si algo tiene libertad para ser bueno, también la tiene para ser malo. Y el libre albedrío es lo que ha hecho posible el mal. ¿Por qué, entonces, les dio libre albedrío? Porque el libre albedrío, aunque hace posible el mal, es también lo único que hace posible cualquier amor o bondad o alegría dignos de tenerse. Un mundo de autómatas –o criaturas que trabajaran como máquinas- difícilmente sería digno de crearse. [...]
Por cierto Dios sabía lo que iba a pasar si usaban su libertad de manera equivocada; aparentemente, pensó que el riesgo valía la pena.
Cuando hayamos entendido el libre albedrío, veremos lo tonto que es preguntar, como alguien me preguntó una vez: “¿Por qué hizo Dios una criatura con un material tan podrido que se echó a perder?” Mientras mejor sea la materia de que está hecha una criatura –mientras más hábil y fuerte y libre sea-, mejor será si toma por el buen camino, pero peor si toma el malo. Una vaca no puede ser muy buena ni muy mala; un perro puede ser mejor o peor; un niño mejor o peor todavía; un hombre común, más aún; un hombre de genio, mucho más; un espíritu sobrehumano, el mejor –o peor- de todos.” (C. S. Lewis, Mero Cristianismo, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1994, pp. 49-51)"
Como dije, no creo estar a la altura para desarrollar esto en profundidad, así que decidí hablar de un mal mucho más palpable en lo cotidiano pero a la vez más impersonal que el antedicho, tan impersonal que le he dado en llamar "mal cósmico". ¿De que se trata? De aquellas cuestiones -quizás menores- que nos aquejan y frente a las cuales no encontramos un culpable (o lo encontramos a sabiendas de que no nos sirve como desahogo) aunque nos sintamos perjudicados. El termómetro de este tipo de mal no es el horror, sino solamente el mal humor.
Leibniz postulaba que este era el "mejor de los mundos posibles". Voltaire en el "Cándido" satiriza esta idea, que parecía no haber sobrevivido al terremoto de Lisboa. Yo voy más allá; digo que si Leiniz escribió eso es porque nunca se levantó a tomar agua de noche y se golpeó el dedo chico del pie contra la mesa de luz. El problema que surge en tal situación es ¿de quién es la culpa? ¿mía? No es una respuesta aceptable. Lo que la mayoría tiende a hacer es a insultar a la mesa de luz, en un acto nocturno de antropomorfización que permita algún desquite. ¿Terminaste de escribir un trabajo, se cortó la luz y el trabajo desapareció sin dejar rastros? No me digas que no miraste al monitor de tu computadora como si fuese alguien que disfruta prodigando males y te lo imaginaste sonriendo socarronamente. Ahora ¿de quién es la culpa? ¿de Bill Gates? Se que te gustaría pensarlo, y quizás encauzar tu odio contra alguien que tiene más dinero de lo que podrías ahorrar en 8 vidas y una contextura que permite pensarte victorioso en una pelea mano a mano sea gratificante, pero no es así. Es el azar.
La palabra azar nosotros la asociamos a las cartas o a los dados, pero en realidad no es más que varias causas independientes entre sí cuyos efectos confluyen en un punto. Ahora, cuando ese punto es el dedo chico del pie, uno quiere que corra sangre.
Es verdad que el azar no usa anteojos como Bill Gates, pero de igual manera no se le puede pegar. Ahí, en esa impersonalidad, es donde radica el mal del mal cósmico. Pero esta impotencia dice mucho con respecto a nuestra tolerancia a la frustración y su contracara, el deseo de encontrar culpables que exhorzicen ese mal padecido. Que yo no tenga la culpa implica que otro la tiene. La idea de un mal sin responsables nos parece impensable. No pretendo mover a la culpa, sino solo evitar una caza de brujas cuando algo sale mal (en realidad, no tenía más pretención que enunciar mi teoría del mal cósmico, pero ahora no quiero parecer negativo, así que recurro a alguna moraleja salvadora) Por eso, la próxima vez que te vayas de cara al piso por no haber visto la baldoza levantada, antes de putear pensando a quién estarás puteando, sabete punto de confluencia de distintas causas y, con ese orgullo, seguí tu caminata silbando bajito.
Quién sabe, quizás Bill Gates me tire unos mangos por haber evitado que algunas personas lo golpearan.
* al respecto se pueden leer el libro V de los Hermanos Karamazov de Dostoievsky.
1 comentario:
me reí mucho con el comienzo, me puse serio en el desarrollo y volví a reir con el mal del mal cósmico en el dedo chico del pie.
No estoy de acuerdo con el mal cósmico de la baldosa floja. Eso es culpa del dueño de la vereda. Si es mal cósmico lo que me pasó una vez: una rama se quebró vaya a saber por qué y cayo en mi cabeza.
Asombrado por esta conjunción de hechos, seguí mi camino silbando bajito.
Salute
Eidético
Publicar un comentario