sábado, 5 de julio de 2008

Correcaminos (experimento literario)

Cuando vuelvo desde el trabajo, en el trayecto desde el subterráneo hasta mi casa (unas 7 cuadras largas), suelo entretenerme con la práctica de pequeñas carreras urbanas: "A que alcanzo a la vieja antes de llegar a la esquina", "llego al cambio de baldosa antes de los 4 segundos". Entiendo que esto le pueda parecer infantil a alguien como usted, que vuelve hacia su casa pensando en la influencia de los hugonotes en el Mayo del 68, pero el caso es que esta práctica tiene algunas reglas implícitas:

1) No se puede correr, solamente apurar el paso.

Bueno, en realidad solo tiene una regla implícita. La cuestión es que el otro día estaba volviendo cuando visualicé a la próxima víctima de mi inconmensurable capacidad atlética. Un joven poco más alto que yo con un gorro de lana en el que sobresale un parche de "Los Redonditos de Ricota" a medio coser. Estábamos a mitad de la primera cuadra así que debía bastarme un leve cambio de ritmo para cumplir mi objetivo. Sin embargo, cuando ya casi estaba a su lado, me pareció que miraba por sobre el hombro y aceleraba el paso. Me acerqué nuevamente y lo hizo de nuevo. Mi instinto lúdico trocó en ese momento por un instinto de competencia que haría sonrojar a Freud. Aceleré el paso un poco más solo para darme cuenta de que esta carrera iba en serio. Llegué a la esquina 2 pasos detrás del gigante (sólo su tranco largo explicaba mi derrota parcial) con el firme convencimiento de que, dada la ventaja inicial, no podía darse la carrera por concluida. Al cruzar la primera calle dí un salto innecesariamente largo para evitar un modesto charco, lo que me acercó a un poco más de un paso sin violar ninguna regla. Sin embargo, sabía que él tenía una luz de ventaja en esas piernas deformes, por lo que necesitaría de la estrategia para poder pasarlo. La siguiente cuadra me presentó la oportunidad: dos ancianas que caminaban del lado de la vereda enredando sus brazos. Me posicioné del lado de la calle y, cuando estuvo enfrente y las tuvo que rodear, se encontró con que yo lo pasaba por el costado. ¡Victoria!

Pero enseguida entendí que no podía dormirme en los laureles; sentía esas grandes e intimidantes zancadas acercarse, así que apuré lo que pude. Lejos estaban mis movimientos de la elegancia de los de aquellos que participan de carreras de caminata (sí, existen carreras de caminar, aunque parezca raro) Mis pies se movían frenéticamente en un pingüínico movimiento que me aseguraba -por el momento- la punta. Al acercarme al cruce de la segunda calle me puse blanco: el semáforo estaba en rojo y el tránsito de autos era fluido. Tendría que detenerme y perder la ventaja conseguida con sangre, sudor y un par de ancianas. El instinto competitivo (quizás acompañado de un instinto suicida, no lo sé) volvió a apoderarse de mí: "¡Hasta la victoria siempre!" pensé mientras me lanzaba -en un momento de gran romanticismo- sobre la calle sin más protección que la idea de mantener mi invicto en tales lides.

El ensordecedor sonido de bocinas y el chirreo de ruedas acompañado por un abanico de improperios como música de fondo parecían querer detener mi proeza, pero todas aquellas cosas se desvanecieron cuando, desde la otra orilla, vi el lívido rostro de Gigantón, que no podía dar crédito a sus ojos mientras la derrota le colgaba pesadamente de unas cejas vencidas. Después de disfrutar de esa imagen, y sonriendo como si eso fuese lo cotidiano para mí, me dí vuelta y seguí mi camino.

Dos cuadras después, al cruzar un kiosco de diarios, vi un titular que me llamó mucho la atención. Era sobre un conflicto importante para el país, por lo que me quedé viendo que decía la nota. Al parecer el Gobierno y el sector agropecuario no parecía que fuesen a llegar a un acuerdo. la complejidad del tema me obnubiló, pues no me dí cuenta de lo que hacía hasta que Piernas locas pasó caminando velozmente por mi lado. Con una mezcla de rabia y vergüenza, me lanzé en su persecución. Mientras apuraba el tranco lo máximo posible, pensaba en cómo toda la vida me había alegrado de la derrota de la estúpida liebre de la fábula a manos de la humilde tortuga. Esa fábula tomaba ahora un nuevo color: yo era la liebre... ¡y la tortuga se cagaba en el país! Es verdad que yo ya estaba por llegar a la cuadra en la que tendría que doblar para llegar a mi casa, pero en ese momento no me importó: "si tengo que seguir hasta la Provincia, ¡que así sea!" me dije en un momento pletórico de emoción. Pero la pasión arrebatadora dio paso a la desesperanza ¿como haría para alcanzarlo? La matemática y la física estaban en mi contra, y mi cuerpo no parecía preparado para tal desgaste. Pero entonces, algo mágico ocurrió: el parche de "Los Redondos" de su gorro de lana cedió frente al rozamiento del viento invernal y fue a dar al piso. Nuestro alargado competidor pareció no percibirlo. Entonces, en un esfuerzo sobrehumano y tentando mi capacidad aeróbica, le grité: "¡El parche!". Se dio vuelta con cara de confundido, pero siguió caminando. "¡Se te cayó el parche!" insistí en un tono muy cercano a la súplica. Se paró y se dio vuelta. Lo pasé mientras respiraba con esfuerzo. ahora que estaba adelante me dí cuenta de que no sabía cuál era la meta. Ya había pasado mi casa, y no podía declararme vencedor si no cruzaba al menos una avenida significativa. Pensaba en estas cosas cuando una espigada figura (a veces me parece haber escuchado una risa) volvió a pasar a mi lado...¡trotando!

"¡Hijo de un camión lleno de putas!" pensé, mientras me echaba a correr "¡eso no vale!". Apenas percibió mi carrera, la cosa se descontroló: corríamos los dos como si nos persiguiese una jauría de perros salvajes en celo, esquivando a duras penas carteles, hombre, mujeres, coches infantiles y bicicletas juveniles. Tal era el salvajismo de nuestra carrera, que a las pocas cuadras sentimos el pitido de un policía que se había sumado a nuestro raid. Ninguno de los dos quizo ceder, así que nos encontramos envueltos en una versión subdesarrollada de persecución policial. Mirando para atrás, me pareció ver que el policía se llevaba la mano a la cartuchera. En ese momento, víctima de la obnubilación total -o de la lucidez total- hice un acto desesperado: tacleé a Gigantón.

Se ve que él había percibido la situación porque no se violentó, sino que ambos nos quedamos tendidos en el suelo,inmóviles, jadeantes y tratando de recuperar el aliento. Esto último fue lo que impidió que refiriésemos la historia al policía durante al menos 3 minutos. En ese tiempo, él nos apuntaba con una mirada que oscilaba entre el miedo y el desconcierto. Cuando por fin terminamos de explicarle lo que había pasado (entendiéndolo nosotros a medida que lo contábamos) sacó una libreta y, ofuscado, se dispuso a escribir algo. Luego quedó pensativo, guardó la libreta y nos pegó un cachetazo a cada uno. Se fue dejándonos con la propia mano en la mejilla, en una escena con reminiscencias infantiles. Con Gigantón nos miramos, declaramos un empate con las miradas, y cada uno siguió su camino en direcciones opuestas. Cuando llegué a la esquina de mi casa, vi que a dos metros de la puerta estaba la Señora Gutierrez: "a que llego...".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

lo de las carreras me hizo acordar a Felipe amigo de Mafalda... a que alcanzo a la vieja... Ja!... Ja que?

solo para viejos entendedores

Anónimo dijo...

Muy bueno pablin, noto con asombro que la productividad de este foro es altisima... quién lo hubiera pensado???!!!
De todas formas, Gigantón no tuvo códigos...

Pablo dijo...

Gracias, oh nórdico amigo, por tus palabras. Eso sí, si por productividad del foro entendés "de los comentarios", quizás diferamos en expectativas; si en realidad querías decir "la productividad de este forro es altísima", estoy de acuerdo y casi halagado; si por foro entendés cada entrada, es verdad que no esperaba esta continuidad de mi mismo. De todas maneras, que haya dos post pegados esta semana tiene que ver con que voy a estar sin computadora toda la semana (por todo el asunto de la mudanza ya referido)

Aq.- dijo...

Jajaja... me encanto.

Anónimo dijo...

Muy bueno Pablito! Celebro el desempleo que me permite volver a reirme mirando una PC.

Solía hacer lo mismo en cada cuadra hasta hace no muchos años y de vez en cuando me encuentro haciéndolo de nuevo, aunque por la edad ya pierdo más carreras de las que gano (onda Jarno Trulli).

Compartía la primera regla y tenía una segunda: "no vale tampoco zancadas más largas, sino solo acelerar el paso con la misma longitud de zancada"; regla que la mayoría de las veces me hacía parecer muy pelotudo para el transeúnte común..

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