En más de una ocasión hemos reflexionado sobre el papel que la tecnología ocupa en nuestras vidas. Algunos han creído encontrar en mis palabras vestigios del resentimiento propio de quién se ha visto superado por el avance tecnológico en reiteradas ocasiones, o de quién todavía no entiende como llegó a tener un virus en su propio antivirus. Pero no, no es el caso.
Aún cuando pareciese que mis palabras destilan el rencor de alguien que terminó haciendo algo semejante a la danza de la lluvia porque los sensores que activan las canillas del baño de su oficina parecían haber salido a almorzar o de quién sucumbió ante el programa para digitalizar las filmaciones, se equivocarían los que así pensaran. Sólo hay amor.
Hablando un poco más en serio (no tanto tampoco; no es para que oriente su vida en torno a lo que aquí sostengo), lo cierto es que reconozco que no podría vivir sin la tecnología. Es decir, me alegro por esos recios vikingos que se hacían un autotratamiento de conducto con una piedra; celebro la astucia y destreza de aquellos indígenas que interactúan con seres vivos de todo tipo como quién elige fideos en el supermercado, pero, por mi parte, no logro comprender como sobrevivieron, no digo ya los antiguos, sino quienes vivían en 1930 a un bochornoso verano porteño sin contar con un aire acondicionado; ni como podían los integrantes de la familia Ingalls correr alegremente por la pradera sin estar munidos de una o dos botellas de Off (mr).
Sin embargo, entiendo que la tecnología cobra sentido en cuanto nos simplifica y mejora la vida. Por eso, es justo preguntarse si todo avance tecnológico llena este formulario. Y para someter este enunciado a prueba llamo al estrado a mi principal testigo: Mafalda.
Mafalda es mi vecina de al lado. Una señora menuda de unos 70 años que vive sola. Hijos y nietos la visitan periódicamente, pero básicamente vive sola. Su hijo Roque (quizás tenga otros, pero por ahora es de quién podemos dar cuenta) evidentemente quiere que viva bien y ha entendido que para ello necesita, desde luego, de alguna tecnología. ¡Oh, inefable Roque, en-mala-hora-venido-al-mundo, qué mundo simple el que habitas!
Casa de la familia Benegas. 15:22 hs.
(Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing)
(ese sería el sonido del timbre)
- ¿Quién es?
- Soy Mafalda, la vecina de al lado.
- ¿Qué tal, Mafalda? ¿como le va?
- Disculpá que te interrumpa, querido, pero toqué algo en el control remoto y no se escucha nada.
- Claro, lo que pas...
- Es que mi hijo me regaló una tele y yo no sé como funcionan estos aparatos.
- No se preocupe. Apretó "mute". Si lo aprieta de nuevo...¿ve? Ahí está.
- Gracias, querido, gracias. ¿Las nenas bien? Avisame cualquier día y te las cuido.
- Gracias, Mafalda, gracias.
(slam)
(ese era el cierre de la puerta)

Casa de la familia Benegas. 20:14 hs.
(Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing)
(ese es...si, nuevamente)
- ¿Quién es?
- Soy Mafalda, la vecina de al lado.
- ¿Qué tal, Mafalda? ¿como le va?
- Disculpá que te interrumpa, querido, pero me aparece un cartelito en el celular y no sé como quitarlo.
- Es una llamada perdida, Mafalda. Ahí se lo quité.
- Sí, es que me llamó...
- Sí, Roque. Me imagino.
- Roque fue el que me regaló el celular, pero yo...
- Por supuesto, usted no sabe usarlo...
- ¿Las nenas bien? Avisame y...
- Sí, usted las cuida (slam) claro, claro (slam)
(¿eh? ¿cerré la puerta dos veces?)
- ¡AVISAME CUALQUIER DÍA Y TE CUIDO A LAS NENAS!
Como verán, los avances tecnológicos no cumplen con simplificarle la vida a Mafalda, y ciertamente no cumplen con simplificársela a los vecinos de Mafalda. Cabe preguntarse si en este punto la novedad constante no nos hace perder de vista lo que buscábamos en esas cosas en primer lugar. Básicamente un artefacto que domináramos a voluntad y nos diese lo que le pedimos. Ahora bien, ¿es eso lo que encontramos? ¿quién puede reposar apaciblemente si está a un botón sensible de que se corte la música que está escuchando y el mismo aparato dispare un mensaje a todos los contactos que tienen la letra "r"? ¿quién puede sentirse tranquilo sabiendo que sólo usa el 5% de las funciones del propio celular? ¿de qué ánimo se puede estar cuando uno solo puede permitirse comprar algo que nos dicen que ya es obsoleto? ¿qué corno trae un aparato de MP6?
Quizás sean las palabras de alguien que en estas cosas oscila entre el desinterés y la frustración o simplemente la sospecha de que Mafalda quiere cuidar a las chicas esperando que ellas sepan más del manejo del celular, pero la próxima vez que vea a Roque entrar con una caja a ese departamento, se arma.
