sábado, 10 de diciembre de 2016

Teoría del deshielo


Lo había entendido todo mal. Y por mucho tiempo. Creo, a riesgo de estar universalizando errores propios, que no fui el único. Es más, si me apuran un poco diría que en este país todos lo entendemos mal: en Argentina no sabemos ponerle hielo a la bebida.

Después de haber hablado con personas de diferentes partes del mundo, de observar usos y costumbres, de seguir hábitos y sobreestimar sin pudor mi criterio personal, he llegado a la conclusión de que el error primigenio se podría condensar en este postulado: para nosotros el hielo no es el factor enfriador primario. Su función, en la cosmovisión argentina, es más bien la mantención del frío previo de la heladera (o freezer) Sólo secundariamente su vis enfriante se usa para un enfriamiento de emergencia, si no se hubiese alcanzado el tiempo necesario de heladera (o freezer)

Por eso históricamente puteamos a las casas de comidas rápidas cuando llenan los vasos de gaseosa con paladas de hielo. "Es para cagarnos" concluimos. "Sin hielo y apretando un poquito más de tiempo el botoncito de la Coca, que yo no nací ayer" sentenciamos frente a la mirada extrañada del empleado del mes. Es que si uno va a la fuente de donde emanan los arcos dorados, se encuentra que en el gran país del norte se echan paladas de hielo al agua gratuita que se sirve en cualquier restaurant; que hay máquinas expendedoras de hielo en los pasillos de los hoteles como un servicio, a las que uno concurre para llenar los cubos de hielo de los que cada habitación dispone. Y si uno sigue un derrotero desde esas regiones septentrionales hacia el sur del Río Bravo, encontrará que en Venezuela, Colombia y otros tantos países "poner hielo" es algo distinto a lo que nosotros concebimos.

Una primera pista tiene que ver con el orden de los factores: el hielo no es algo que se le pone estrictamente a la bebida sino más bien al vaso. Es parte de las condiciones de posibilidad, no un agregado externo

La segunda tiene que ver con la cantidad. Hay una suerte de regla no escrita en reuniones y barras, cuando de números se trata, de que la cantidad standard son dos. Tres si uno se está preparando un vaso de Coca para ver una película y quiere hacer gala de sibaritismo. Se trata, desde ya, de una cantidad suficiente para poder hablar de "hielos", pero insuficiente a todas luces para enfriar efectivamente cualquier líquido. Y si agregamos la idea de escuchar el tintineo que produce el choque entre ellos o contra el borde mientras se agita el vaso lleno de Venado Cola como si se estuviese tomando un Black Label, incluso diría peligroso. Sobre todo si se trata de un pantalón de colores claros.

Dos hielos apenas si pueden ser una barrera de contención del contenido de la superficie del vaso frente a la temperatura ambiente, pero ya al segundo trago nada pueden hacer con el resto. Ocho hielos te transforman los efluentes del Vesubio en un refrescante ice tea en lo que uno tarda en decir "el té no se hace con cualquier líquido caliente, burro". Por eso no aguan el contenido, porque entre ellos generan el microclima para no derretirse al tiempo que no permiten cargar demasiado en el vaso como para tenerlo mucho tiempo con el mismo contenido. Si los hielos antárticos se autogestionasen como los de un vaso de gaseosa, Greenpeace sería un festival de música hippie.

Creo que el tema daría para muchísimo más, pero no quiero olvidarme de aquellas voces que me apuntan que en realidad daba para muchísimo menos. Por eso, consciente de haber traído un tema necesario para que cada uno examine su conducta y se replantée lo que deba replantearse; consciente también de que los cambios en las naciones se generan a través de los cambios de los individuos; pero sobre todo consciente de que con este post cumplo con la cuota anual casi por la ventana, me despido hasta que dos ideas arbitrarias coincidan en un mismo tema nuevamente o que las musas retiren la orden de restricción para que no me acerque a menos de 200 metros.

Que lo disfruten con salú. Y dos hielos.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Un recuerdo


“Islas, Clausen, Villaverde…”

6 de marzo de 1987. Todos tenemos recuerdos felices de la infancia. Son quizás, los recuerdos más felices. Y creo que lo son porque tienen algo de recuerdo y mucho de proyección: un momento de seguridad, sin grandes preocupaciones. Es decir, lo son porque los miramos con ojos adultos. Pero, si bien hay una trampa cronológica, existe algo en ciertos momentos que los hace brillar por sobre el resto. Y yo puedo situar ese algo en el 6 de marzo de 1987.

Comenzó con la vuelta de mi padre de la oficina a eso de las 7 de la tarde. Mi padre trabajó toda su vida en la Publicidad y ese día justificó para siempre ante mí su elección profesional: me trajo de regalo una cartuchera con forma de caja de chiclets Adams rellena con cajas de chiclets Adams. Lo placentero y efímero unido a lo perdurable y útil para guardar lápices. Pero quizás lo más llamativo fue que, mientras sacaba este don precioso de detrás de su espalda, me pareció percibir una sonrisa de plan, una mueca que no acababa en el hecho de dar a un chico de 7 años el libre acceso a una golosina que estaba fuera de sus límites regulares. No tardó en ceder a la mirada de extrañeza con una respuesta explosiva: “Vamos a ir a ver a Independiente”.

“…Ríos, Enrique, Reinoso…”

Los recuerdos felices suelen ser en realidad el culmen de una serie de pequeños momentos que no siempre perduran pero que preparan y sin los que no existirían esos grandes momentos. La vuelta de la cabalgata con el sol poniéndose el horizonte es significativa por todas las horas compartidas con ese caballo y porque la cotidianeidad nos ha hecho habitar ese paisaje bucólico del campo de los abuelos; el beso épico se sostiene en una infinidad de conversaciones incómodas, pensamientos contradictorios y charlas inconducentes que le dan la épica al momento de concresión. ¿Qué hechos justificaban que ese recuerdo del 6 de marzo de 1987 fuese un hierro caliente marcado en mi alma a tan corta edad? Para empezar, la elección de un equipo de fútbol debe ser una de las primeras decisiones que tomamos que nos constituye. A partir de ese día, uno ha elegido para toda la vida, sin saberlo, días de alegría y días de mal humor; ha elegido cómplices y eventuales némesis; uno ya se define como “algo” no sólo frente a sus pares sino aun ante los adultos (como ante el tío Daniel, que es gallina y va a ganar la copa de leche que se sortea en La Rural) Aun hoy me cuesta no mirar a quienes han hecho un cambio de club de preferencia como a quienes estuviesen diciendo que sus promesas matrimoniales fueron en realidad un chiste del momento. Yo era de Independiente. Y había tomado esa definición con toda la seriedad del caso: todos los domingos pedía una licencia especial en el lugar o el tiempo de mi cena para llegar a ver Fútbol de Primera; todos los martes caminaba hasta el kiosko de diarios de la esquina para preguntarle a Mauro si ya había llegado El Gráfico. Y, de repente, mi padre me estaba anunciando que vería a esos héroes mitológicos que yo estudiaba en mis papiros de tamaño A4 con poster central en vivo y en directo. Me costó procesarlo.

“¿Cómo? ¿A dónde?” – pregunté como quién descubre que el cerebro no le está funcionando. “Vamos a la cancha, Pablo” – confirmó mi padre. Me parece impotante aclarar que mi padre es ese tipo de personas que disfruta sinceramente de mirar deportes, con esos disfrutes que la pasión desbordada no alcanza a contaminar y a los que usualmente acompaña la objetividad, objetividad que me arrojó encima suyo para golpearlo el día del ominoso 5 a 0 de Colombia (que saco para ejemplificar y vuelvo a guardar ahora en el arcón de la negación).  “¡¿En serio?! ¡¿A la cancha?! ¿¡Ahora?!”. Mis preguntas no daba margen para la chanza. Pocas cosas en la vida me han despertado el entusiasmo y sorpresa combinados de esa propuesta hecha hace ya casi 30 años.

“…Marangoni, Giusti, Bochini…”

Los recuerdos se transforman en instantes. Entrando hacia la tribuna, viendo gente, mucha gente, siendo envuelto por los sonidos rítmicos de los bombos, por las silbatinas que cruzaban el aire, por los coros graves de voces de aliento, por las irrupciones espontáneas de consignas eternas (“¡¡¡Vamo’ Rojo todavía!!!”); después, sentado en los tablones de madera de la cancha de Ferro. ¿Qué dirían mis compañeros cuando les cuente? ¿qué diría el tío Daniel (que es gallina y va a ganar la copa de leche que se sortea en La Rural)? El césped nunca fue tan verde como en esa alfombra majestuosa que se tendía a tan sólo unos metros de mi lugar. Salieron los equipos y ahí nomás podía ver a esos titanes de la historia futbolística. Estirando las piernas y pateando casi con displicencia -casi humano- estaba Bochini. ¡Bochini! Alguien que, de tanto haber leído, pensaba que no podía existir. En ese momento, en aquél metro cuadrado que me fue asignado en ese estadio de Caballito, yo flotaba. Me derribó el rugido ensordecedor del festejo del primer gol de Independiente. No voy a fungir de macho, me pegué un cagazo tremendo. No sabía que la suma de las voces humanas podía generar una cosa así: intenso, furioso y explosivo, al mismo tiempo catarsis y éxtasis, el grito de gol es un momento donde es impertinente hablar de una pretendida distinción entre el alma y el cuerpo.

Seguí el resto del partido con las manos cerca de mis oídos, para que mis tímpanos tuviesen otra defensa que no sea la de Ferro frente a aquella maravillosa orquesta ofensiva. Salí del viejo estadio de Avenida Avellaneda 1240 transformado, con la clara conciencia de que era otro. Acababa de presenciar una batalla ya había sobrevivido para volver a mi vida de intercambio de figuritas en los recreos y distinciones de sujeto y predicado. Aquí es donde mi recuerdo y las estadísticas mundiales del fútbol se bifurcan. Para mí, el partido fue un 3 a 2 agónico; para los fríos contadores deportivos fue apenas un 2-2. No estoy de ánimo para discutirles. Menos cuando emprendimos la vuelta a casa y, antes de llegar, paramos en una vieja cafetería en la esquina de Constitución y San José para comer una fugazzeta de trasnoche. Para alguien con 3 hermanos en aquella época, lo que estaba pasando era especial, único y, en muchos sentidos, irrepetible.

“…Franco Navarro o Percudani y Barberón”


Han pasado 28 años y mis entusiasmos, aunque duren más, son menos intensos. Son menos las cosas que me pasan por primera vez pero más las cosas significativas que me pueden generar un recuerdo en cualquier momento. Y si eran 3 hermanas las que en esa medianoche dormían sin saber que en una pizzería yo hacía el balance de uno de los mejores momentos de mi vida infantil, este nuevo balance me encuentra con 3 hijas generando sus propios recuerdos de infancia. Y un varón, que con sólo 7 meses todavía no ha tomado decisiones que lo constituyan y ni siquiera vislumbra que uno pueda divertirse en un juego en el que no juega. A él este recuerdo, en la esperanza de que pueda alguna vez sorprenderlo y entusiasmarlo como me lo hicieron a mí el 6 de marzo de 1987.

sábado, 14 de junio de 2014

Maracaneando


Cuando comencé con este blog, me propuse intentar escribir dos posts por semana. Llegó un momento donde con uno por semana me conformaba. Uno por mes, para por lo menos cubrir... por año. Con uno por año se ve cierta continuidad. Hoy por hoy creo que uno por Mundial no deja de ser un ritmo aceptable. Hasta es mejor para evitar la rutina, mirá lo que te digo.

En fin, no puedo abstraerme de la fiebre mundialista, así que les hago llegar un pronóstico de partidos de la primera rueda. Tal como he señalado, es febril y carece de capacidad de abstracción.

GRUPO A

Brasil - México: el árbitro cobra un penal para Brasil. El línea le hace notar que todavía no comenzó el partido. El arbitro corrige su error y cobra sólo tiro libre.

Camerún - Croacia: el equipo africano es ampliamente superado por los croatas. Su público se impacienta y empiezan los reproches. "Pecho tibio" gritan desde la tribuna.

GRUPO B

España - Chile: en un choque cromático para ver quién se queda con el mote de "la Roja" y quién debe cambiarlo por "la Pantone 185", se encuentran españoles y chilenos. España juega a lo ancho del campo. El concepto de "ancho" desconcierta a los chilenos, lo que los españoles aprovechan para marcar el primer gol. Todo parece a pedir de boca para ellos hasta que Sergio Ramos empieza a patear a los mediocampistas. A Iniesta y Busquets principalmente. "Es la costumbre" se defiende. El árbitro no sabe si amonestarlo o acariciarle la cabeza. Iker se sale de sus casillas, lo que le trae aparejado un duro cuestionamiento identitario. En la confusión Chile empata.

Holanda - Australia: Robben mete dos goles. Se los anulan y lo suspenden. Consultado, el árbitro dice que es por aquello de "es un Robben, suspendanló". Los australianos saltan de alegría, saltan de emoción, saltan de entusiasmo. Un momento... No, es una imitación del salto del canguro en celo.

GRUPO C (Colombia - Grecia - Costa de Marfil - Japón)

Aunque el comité de la FIFA está revisando el caso, se las habrían arreglado para quedar eliminados los 4 en primera rueda.

GRUPO G

Alemania - Estados Unidos: EEUU sorprende metiendo el primer gol. Poco después anota el segundo. Termina el partido. Gana Alemania. El árbitro es claro al respecto: "El fútbol es un deporte de 11 contra 11 donde siempre gana Alemania".

Portugal- Ghana: Portugal quiere cambiar el histórico mote de pecho frío. "Preferimos que nos reconozcan como llorones y metrosexuales". De cualquier manera, el partido es invalidado. El árbitro es claro al respecto: "El fútbol es un deporte de 11 contra 11 donde siempre Ghana - Alemania".

GRUPO H

Argelia - Corea: el partido se pone ríspido. El árbitro expulsa a un coreano. El partido sigue. Ante otra entrada fuerte, el juez pregunta a uno: "¿A usted no lo había expulsado?". "No, yo soy el 9 y usted expulsó al 2". El árbitro consulta con el asistente, vuelve y le explica: "Disculpe, es que todos los orientales me parecem iguales". "No tengo idea de qué me está hablando, yo soy el técnico".

Bélgica - Rusia: los belgas quieren ser la sorpresa del torneo. Por eso 5 de ellos entran con la remera rusa y se la cambian cuando empieza el match.

Intentaremos continuar con la cobertura. O cubrir directamente el Mundial que viene. Veremos.

Que lo disfruten con salú.

jueves, 2 de mayo de 2013

Me contó un pajarito


- ¿Te acordás, Dorita, de este muchacho Pablo, el que tenía un blog?
- ¿Uno medio buenmozón?
- Sí, y la mar de simpático.
- Ah, sí. El de "Jairo" o "callos" o algo así...
- "Kairós". Ese. ¿Viste que hace tiempo que venía escribiendo prácticamente nada y poniendo excusas? Que "estoy trabajando en una tesis", que "mi jefe me dice que, como me pagan, esperan que labure", que "las chiquitas no sé qué corno de la presencia paterna"...
- Ah, porque tenía hijas ¿no?
- Sí, la última una beba divina de pocos meses. No sabés ¡igualita al padre!
- ¿Sí?
- Sí: no hace una mierda. La cosa es que hace poco me entero por la Chocha que el que te jedi se pasó al Twitter.
- Yo no creo que se haya pasado. Es un juego complicado y a veces uno tiene que poner la mano en el puntito verde que está del otro lado y sin quererlo roza...
- No, Dorita. "Twitter", no "Twister".
- ¿Y qué es eso? ¿lo de Bill Gates y la computación?
- Eso mismo. Pero parece que en esta cosa uno no puede escribir muy largo porque te cortan.
- Resultaron unos canutos lo de la interné.
- Yo calculo que tendrá que ver con ver con que es larga distancia. Chocha me dijo que se lo conoce como @pablo_kairos.
- ¿Allá también roba? Porque lo que era en el blog... No me haga hablar de las últimas entradas.
- Por lo que producían, más bien le tendrían que decir "salidas".
- ¿No le digo?
- Esto en mis épocas no pasaba. Y eso que yo ya tengo varias épocas encima. Lo que pasa es que, claro, estos muchachos quieren todo ya, todo ya y en el blog hay que ganarse los comentarios. En cambio, parece que allá te favean...
- ¿Fabián? No lo hacía uno de esos, mire usted. ¿Y sabe si va a volver por acá?
- Yo calculo que sí. Al tipo le cuesta quedarse callado, y con tal de no laburar es capaz incluso de ponerse a laburar.
- Ahora que lo recuerdo bien, la verdad es que no era tan simpático tampoco.
- Ni tan buenmozo...
- Me pregunto si vale la pena que vuelva.
- Hay preguntas que es mejor no hacerse, Dorita. Hay preguntas que es mejor no hacerse...
- En fin...
- No somos nada.


miércoles, 16 de enero de 2013

Los olvidados de Terpsícore (o sobre mi primera fiesta)


Cuando pensamos en aquellas cosas que nos diferencian de los animales, en general podemos pensar en acciones como la observación microscópica, la elaboración de una tesis metafísica o el accionamiento de la cadena del inodoro. Pero hay una acción alejada del terreno de lo racional y aun totalmente paralela a ella que también pertenece a la órbita de lo que nos distingue como seres humanos: bailar.

Piénselo bien: no satisface ninguna necesidad vital, visto desde fuera se presenta como ridículo: adultos moviéndose frenéticamente en grupos siguiendo una serie de sonidos... Y, sin embargo, ni el mismísimo Jean Paul Sartre resistiría el catártico ejercicio de contorsionarse gritando "Oh, L´Amour" a voz en cuello.

Pero, así como no nacemos haciendo regla de tres (y aun algunos no la aprenden en toda su vida), así tampoco nacemos habiendo bailado. Siempre hay una primera vez. Una primera fiesta.

Es decir, los hombres tenemos una primera fiesta. Un momento y un lugar en que nos vemos obligados por primera vez a bailar. Las mujeres no pasan por eso. Llegan ya con las horas de vuelo que les dan las coreografías de piyama party, lo que además las pone en posición de juzgar. Y como en general son menos cantidad, el asunto adquiere un dramático ribete darwinista.

Así, por un lado tenemos un grupo de niñas con mayor grado de madurez física y mental y que dominan los rudimentos de la danza; por otro, a un grupo de preadolescentes a los que les arrancaron los muñequitos de He-Man una semana antes y para quienes "baile" implica demostrar superioridad futbolística. Y lo más sádico del asunto es que son estos últimos quienes deben sacar a bailar a las primeras. Sí, porque (lo voy a decir ¿y qué?), en mi época se sacaba a bailar. Uno a uno. La exposición más cruel y absoluta.

En este ambiente se desarrolló mi primera fiesta. No hace falta aclarar que se trataba de un ambiente de gran vulnerabilidad para todos. Bastaría decir a modo de ejemplo que, mientras esperaba juntar coraje para invitar a bailar a alguna chica riéndome por un chiste que me había hecho un amigo, de la nada me encuentro con el Gordo Carbonell apostrofando y desafiándome a que lo haga mejor que él, que se estaba matando en la pista.

En fin, la cosa es que yo llegaba al lugar de los hechos con algunos conceptos que, con el tiempo, se mostraron como exigencia parentales que ya estaban en desuso desde hacía 20 años antes:

a) "Hay que sacar a bailar a la dueña de casa". En general uno no conocía a la dueña de casa, así que suponía primero un trabajo de inteligencia para identificarla, seguido por un posterior trabajo de justificación ante la dueña de casa de nuestro inexplicable accionar al sacarla a bailar de la nada.

b) "Siempre debe ser la mujer la que diga hasta cuando se baila". En otra fiesta, esto me implicó una maratónica sesión de baile de una hora y media, seguida por otra hora y media de justificación ante mis amigos por mi inexplicable actitud.

Pues bien, me hallaba entonces en ese álgido instante en que uno se siente compelido a pasar a la acción. Lo que me llevó a darme cuenta de que no tenía puta idea de cómo se pasaba a la acción. ¿Debía extender una invitación en términos formales o bastaba una pregunta abierta del tipo "¿querés..?" o "¿te gustaría...?" seguida de un gesto? Lo debo haber resuelto rápido, porque enseguida me encontré con otro escollo más dífícil: la dama elegida para que se entretenga con mi autoestima antes de responder si quería bailar se encontraba ubicada necesariamente dentro de algún subgrupo inseparable de féminas, féminas que tendrían la oportunidad única de contemplar en primera fila mi humanidad sudando como acomodador de baño finlandés intentando articular lo que fuese que había resuelto sobre el primer problema. Pero lo cierto es que estas incomodidades sólo velaban el acceso al gran y único problema real: ¿cómo mierda se baila?

sin ningún tipo de conocimiento, miré alrededor en busca de algún imput y vi rutinas todas muy distintas entre sí; descarté las que no podía o no quería realizar y me concentré en las que se veían factibles. Entonces (¡ay!) cometí el error de confiar en el criterio danzarín de mi amigo Andrés.

Andrés tenía la virtud de mantener su paso sin importar que sonase U2, Twisted Sister, UB-40, Cheyenne o Vangelis: saltaba de un pie hacia el otro con ritmo dispar. Eso mantenía ocupado el tracto inferior. Por su parte, el tronco mantenía la rigidez de una actuación cómica de Stallone, quizás para no ceder antes los embates gimnásticos de una y otra pierna. Los brazos -desatendidos del plan original- se veían obligados a improvisar por su cuenta. La cabeza fluctuaba entre supervisar lo que hacía el resto del cuerpo y acompañar con un leve meneo de costado. El resultado era, por así decirlo, estéticamente cuestionable. 

Mirándolo en retrospectiva, tendría que haber sospechado que algo no andaba bien luego de que le contestó a la tercer persona que no tenía epilepsia. Pero para los que cuestionan mi referencia, en mi favor debo decir que la cara de abrumación y la de admiración en una púber pueden llegar a confundirse.

Así, mis primeros pasos fueron la imitación de una serie de movimientos que a  uno le parecerían más propios de las artes marciales. En personas con Parkinson. A las que les están aplicando una descarga eléctrica. Y que no saben artes marciales. 

Así, si es cierto que la primera impresión es lo que cuenta, la mía no llegaba a contar hasta tres antes de darse a la fuga. Pero hay que reconocer por otro lado que me quitó toda presión de hacerlo peor la vez siguiente. Es más, por poco la de que haya una vez siguiente.

Por suerte la dueña de casa no logró identificarme. Que lo parió.


lunes, 10 de septiembre de 2012

Breves e inconexas IX


El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, dice la canción. El tiempo pasa y los chistes aislados que se te ocurren vencen, me digo yo. El tiempo pasa y todavía no empezaste a laburar, dice mi jefe. El tiempo para hoy es nublado con probabilidad de que se despeje hacia la tarde. O  con probabilidad de que oscurezca y llueva. O ninguna de las dos, dice el meteorólogo. El tiempo pasa y la gente dice cosas, decimos a modo de conclusión. Aquí, un puñado de cosas dichas en algún tiempo, o lo que conocemos como "breves e inconexas".


Un primer tema que había quedado pendiente era la vuelta de las Spice Girls para el cierre de los Juegos Olímpicos de Londres. Aunque se trató de una oportunidad única para que miles de fanáticos...bueno, reconsideren, lo cierto es que la elección del sponsor no fue la más afortunada.


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"No basta con oír la música, hay que verla" (Igor Stravinski).

No, no lo estoy inventando. En serio. Casi que no hay mucho más para decir. Es como si Hugo Muñoni dijese que a la música hay que tocarla. Sólo que Hugo Muñoni no existe. Qué desafortunado, Don Igor. Si después lo molestan en su curso, yo no puedo hacer nada. A menos que consiga que Federico Chopán diga que a la música hay que comérsela.

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Que la izquierda esté a favor de "la ampliación de derechos" es un contrasentido.

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El tema de estas semanas ha sido el de si está bien o no que los chicos de 16 años voten. Mi aporte a esta discusión será simplemente el de clarificar qué pasaría si los chicos de 16 años efectivamente votasen:

- El nivel de impugnados subiría un 300% gracias a la cantidad de papelitos conteniendo la leyenda "puto el que lee".

- La fórmula "Victoria Donda - individuo-que-se-para-al-costado-de-Victoria-Donda-ahí-no-un-poquito-más-lejos-ahí-está-mejor" tendría serias chances en la carrera por la presidencia.

- En las mesas encontraríamos nuevos reproches del tipo "Señor Presidente de Mesa, dejó su cuarto hecho un quilombo", "Señor Vocal, usted vuelve a decirle una cosa así a su hermana y no sale hasta las próximas elecciones" o "No me importa lo que haga el resto de la gente de su Partido, salir solo con un swetercito con este frío es un imbecilidad".

- Las promesas de campaña incluirían el programa "pornografía para todos y todas".

- En los debates, los candidatos se verían obligados a pronunciarse sobre quién ganaría una hipotética pelea entre Superman y Batman.

- La versión argentina del Tea Party se llamaría Pijama Party

- El lugar de Jaime Durán Barba en la consultoría política sería ocupado por Cris Morena.

- La impostación de un lenguaje juvenil "canchero" (palabra muy poco canchera, dicho sea de paso) por parte de los políticos nos haría dar cuenta de que todavía nos podían dar un poco más de vergüenza.

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Para triunfar en la vida es necesario un 80% de esfuerzo y un 30% de precisión.

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Con mi mujer tuvimos una discusión bastante seria que amenaza con roer los cimientos de todo lo que hemos construido. Todo comenzó cuando yo dije la expresión "como Pedro por su casa..." y ella me corrigió diciendo que era "como Juan por su casa...". Recurrimos a una mediación externa, que nos aclaró que era "como Pancho por su casa...". Pero lo que verdaderamente tornó todo caótico fue descubrir que Google incluye las 3 expresiones.

¿Quién dicen ustedes que se encuentra en su casa de forma desfachatada? ¿Pedro? ¿Juan? ¿Pancho? ¿el gordo Bergara Leumann? 

La polémica queda instalada.

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Sí, sí, que lo disfruten con salú.

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ACTUALIZACIÓN 11/9/12

Perdón, pero vi esto y me pareció mucho para dejarlo pasar. Probablemente varios ya hubiesen reparado en ello (es imposible que sea el único que se haya dado cuenta) pero no puedo dejar de compartirlo.

¿Vieron la jornada espiritual ecléctica que armó el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con varios representantes de distintos cultos, entre los que destacaba Ravi Shankar?





¿Alguno vio quién estaba al lado de Ravi Shankar en el afiche?





Y después dicen que el reggaeton cultiva las pasiones carnales.


Ahora sí, que lo disfruten con salú.



domingo, 19 de agosto de 2012

Pequeños psicópatas


Los pasos bajando de la escalera resuenan en la oscuridad del sótano. El dueño de los pasos se dirige hacia un claro de luz circundado por una serie de sillas que dejan a sus ocupantes en un fino claroscuro del que no parecen urgidos en salir. El hombre toma la última silla vacía y replica en ella esa presentación sibilina que domina el ambiente.

"Estamos todos -anuncia una voz desde la otra punta del cuarto. Podemos empezar".

"Es sabido que los hombres necesitan de los demás no sólo a causa de sus necesidades físicas, sino también para compartir sus vivencias y logros. También sabemos que, desde Caín, siempre han existido personas que buscan deliberadamente hacerle daño a otros. No para sacarles algo, no por una conveniencia coyuntural sino por el perverso placer que les da ese extraño ejercicio de poder. Y sabemos, por último, que ese tipo de actitudes han sido vituperadas por todas las sociedades desde entonces. Es esa conjunción entre la necesidad de comentar nuestros logros y la necesidad de no ser linchados la que da origen a estas reuniones mensuales. Todos los presentes somos lo que se podría considerar bajo los cánones occidentales como una "mala persona". Algunos incluso me comentan que les han dirigido epítetos como -el coordinador  parece observar unas fichas- "maldito descorazonado", "despreciable rata", "vil canalla", "más peligroso que contador disléxico", "inmundicia humana" o ¿"gil de goma"? ¿quién fue el anacrónico infeliz asaltante de jubilados al que le dijeron "gil de goma"?".

El más absoluto de los silencios domina la escena. Algunos rostros son inescrutables, otros se esconden en las sombras, alguno tose con incomodidad. El coordinador retoma la palabra.

"En fin, decía, como no tenemos un lugar para sincerarnos en la sociedad, lo tendremos fuera de ella. Aquí podremos exponer nuestras miserias para festejarlas en lugar de para pedir perdón por ellas. Tú, el que está aquí adelante a la derecha, comienza".

- "Mi 'vicio', si es que así decidimos llamarlo, -interrumpe una voz desde el fondo a la izquierda- es el de colarme. Lo descubrí casi sin darme cuenta, haciendo una fila en segundo grado. Encaré a un rubio esmirreado y le propuse algo absurdo y abyecto: "¿me dejás y te dejo?". Yo no sé como no me apedrearon allí mismo. Entendían que si bien la acción era intrínsecamente mala, se amparaba en alguna legitimidad. Incluso creo recordar que se enojaron con él. Ese fue el día en que decidí que iba a ser abogado".

- No vinimos a rememorar pecadillos de juventud -objetó uno ubicado -sospechosamente- adelante a la derecha.

- ¡Oh, pero es que sigo colándome en la actualidad!. La semana pasada lo hice en la cola de un Banco. Sólo que ya no digo "¿me dejás y te dejo?" sino "soy cliente Premium". Y, tal como en segundo grado, logro hacer escuela. Mire, yo soy un abonado a la banquina cuando hay embotellamientos de tráfico. No sé si disfruto más ver la cara de aquellos a los que paso velozmente por el costado o la de los enajenados que me siguen preguntándome cómo es que no lo habían hecho antes.

- "Usted considera que su triunfo está en ser causa ejemplar de diversos males, yo en cambio... soy su causa eficiente". Dijo otro sonriendo enigmáticamente. Enigma que claramente no había sido resuelto por varios ceños fruncidos. "Yo he creado el peor de los tormentos. Uno que quita al atormentado hasta el placer de identificar con quién está enojado: el sistema de atención telefónica con menú de opciones.

Piénsenlo bien: se trata de una serie interminable de opciones entre las cuales no están las que aplican a la solución de algo. "Si quiere saber sobre nuevos productos, apriete 1; si quiere pagar más por los productos que ya tiene, apriete 2; si un gorila macho de pelaje marrón cobrizo ha jaqueado su conexión, apriete 3...". Eventualmente las personas empiezan a apretar cualquier opción que consideran que los va a poner en contacto con un operador humano, entonces puede pasar que el operador se justifique diciendo lo más evidente: que esa no es su área: "nosotros nos ocupamos de los gorilas macho hackers de pelajes oscuros, pero lo transfiero..." ¡Y entonces se corta la comunicación! Aunque rehagan el mismo camino, nunca van a hablar con la misma persona y tendrán que empezar de cero (adicionando la nueva queja por la ineficaz respuesta anterior). La otra opción es todavía peor y -de tan infantil- casi que no puedo creer que sea real. Cuando la persona da con la opción ¡esta lo devuelve al menú principal!

- ¿Pero la gente no se queja?

- ¿Con quién? ¡El Leviathán es invencible!

- "Ojalá fuese cierto -dijo con seriedad una voz ensimismada. O por lo menos a él le hubiese venido bien que así fuese".

- ¿A quién?

- Al que me atendió cuando quería dar de baja mi servicio de cable. Compensaba su antipatía con una ineficiencia descomunal. Eventualmente dí con él y entonces recordé su atención, pero también pensé que tendría un mundo de relaciones y me dije a mi mismo: "una de cal y una de arena"...

- Claro, poner en contexto, sopesar buenas y mal...

- ...y así seguí, una de cal y una de arena, una de cal y una de arena... El problema fue que cuando llegué a la cintura se me acabó la cal. Entonces dije "Ma' sí" y terminé de taparlo con arena nomás.

- Demasiado físico -intervino un perengano. Yo prefiero el tormento psicológico.

- ¿Usted qué hace?

- ¿Yo? Yo...cuento.

- ¿Es contador? ¿liquida sueldos? ¿cuenta cuentos de Paulo Cohelo? ¿cuenta chistes en Tinelli? ¡Ya sé! Es un contador disléxico.

- Nada de eso. Cuento calorías. La gente ha llegado a asumir, por razones que me superan, que las calorías son intrínsecamente malas. Mi primer approach es el comparativo: "ese alfajor equivale a 75 tallos de apio". El horror en los rostros es impagable. Pero todavía mejor es encontrarlos comiendo entonces un tallo de apio con expresión lánguida y espetarles brutalmente: "ese apio tiene calorías".

- Todos insisten en hacer cosas. Y hay veces donde las omisiones pueden ser mucho más crueles. Mi elemento de tortura es justamente el que no tengo.

- ¿Disculpe?

- Lo que escucha. ¿Sabe qué pasa? No tengo celular.

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- Ya lo ven. Con tan poco se puede hacer tanto. No imaginan la cara de desconcierto de una persona a la que le doy horarios en los que probablemente esté en mi casa o de espanto mientras anota el interno de mi oficina. Les hubiese sacado una foto con mi celular, pero ¡no tengo celular!

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- Gente, les avisé recién que no tenía celular.

"¡¡¡Ooooohhhhhh!!!". Una expresión de sorpresa e incredulidad inundó el salón.

- ¿Me están cargando? ¡pero si acab...! Dejen, dejen. Pateo cachorritos. Eso hago.

Los hombres se reacomodan en la penumbra con un ademán de alivio. Solamente un hombre permanece prácticamente inmóvil, sin mostrar sorpresa alguna por las diversas manifestaciones de bajeza. Pero ahora alza la cabeza. Se para y mira a los concurrentes.

- ¿Saben lo que yo hago? ¿lo saben?

Todos lo observan. Algunos tantean debajo de su traje para encontrar tranquilidad en el arma o la pala de plaza que llevan allí. Los segundos se estiran. Las miradas se cruzan. Los nervios se prueban.

- Yo... -comienza el extraño masticando cada palabra- ...yo me pongo a escribir artículos y, ante la falta de un remate sólido, me despido con palabras tan repetitivas como inconducentes.

Y, mirando sobre el hombro, dice:

"Que lo disfruten con salú".

  
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