Lo había entendido todo mal. Y por mucho tiempo. Creo, a riesgo de estar universalizando errores propios, que no fui el único. Es más, si me apuran un poco diría que en este país todos lo entendemos mal: en Argentina no sabemos ponerle hielo a la bebida.
Después de haber hablado con personas de diferentes partes del mundo, de observar usos y costumbres, de seguir hábitos y sobreestimar sin pudor mi criterio personal, he llegado a la conclusión de que el error primigenio se podría condensar en este postulado: para nosotros el hielo no es el factor enfriador primario. Su función, en la cosmovisión argentina, es más bien la mantención del frío previo de la heladera (o freezer) Sólo secundariamente su vis enfriante se usa para un enfriamiento de emergencia, si no se hubiese alcanzado el tiempo necesario de heladera (o freezer)
Por eso históricamente puteamos a las casas de comidas rápidas cuando llenan los vasos de gaseosa con paladas de hielo. "Es para cagarnos" concluimos. "Sin hielo y apretando un poquito más de tiempo el botoncito de la Coca, que yo no nací ayer" sentenciamos frente a la mirada extrañada del empleado del mes. Es que si uno va a la fuente de donde emanan los arcos dorados, se encuentra que en el gran país del norte se echan paladas de hielo al agua gratuita que se sirve en cualquier restaurant; que hay máquinas expendedoras de hielo en los pasillos de los hoteles como un servicio, a las que uno concurre para llenar los cubos de hielo de los que cada habitación dispone. Y si uno sigue un derrotero desde esas regiones septentrionales hacia el sur del Río Bravo, encontrará que en Venezuela, Colombia y otros tantos países "poner hielo" es algo distinto a lo que nosotros concebimos.
Una primera pista tiene que ver con el orden de los factores: el hielo no es algo que se le pone estrictamente a la bebida sino más bien al vaso. Es parte de las condiciones de posibilidad, no un agregado externo
La segunda tiene que ver con la cantidad. Hay una suerte de regla no escrita en reuniones y barras, cuando de números se trata, de que la cantidad standard son dos. Tres si uno se está preparando un vaso de Coca para ver una película y quiere hacer gala de sibaritismo. Se trata, desde ya, de una cantidad suficiente para poder hablar de "hielos", pero insuficiente a todas luces para enfriar efectivamente cualquier líquido. Y si agregamos la idea de escuchar el tintineo que produce el choque entre ellos o contra el borde mientras se agita el vaso lleno de Venado Cola como si se estuviese tomando un Black Label, incluso diría peligroso. Sobre todo si se trata de un pantalón de colores claros.
Dos hielos apenas si pueden ser una barrera de contención del contenido de la superficie del vaso frente a la temperatura ambiente, pero ya al segundo trago nada pueden hacer con el resto. Ocho hielos te transforman los efluentes del Vesubio en un refrescante ice tea en lo que uno tarda en decir "el té no se hace con cualquier líquido caliente, burro". Por eso no aguan el contenido, porque entre ellos generan el microclima para no derretirse al tiempo que no permiten cargar demasiado en el vaso como para tenerlo mucho tiempo con el mismo contenido. Si los hielos antárticos se autogestionasen como los de un vaso de gaseosa, Greenpeace sería un festival de música hippie.
Creo que el tema daría para muchísimo más, pero no quiero olvidarme de aquellas voces que me apuntan que en realidad daba para muchísimo menos. Por eso, consciente de haber traído un tema necesario para que cada uno examine su conducta y se replantée lo que deba replantearse; consciente también de que los cambios en las naciones se generan a través de los cambios de los individuos; pero sobre todo consciente de que con este post cumplo con la cuota anual casi por la ventana, me despido hasta que dos ideas arbitrarias coincidan en un mismo tema nuevamente o que las musas retiren la orden de restricción para que no me acerque a menos de 200 metros.
Que lo disfruten con salú. Y dos hielos.